miércoles, 11 de mayo de 2011

CAPITULO 22

Alberto se despierta sobresaltado. Ha tenido un extraño sueño. Soñó que había estado con una chica. Al momento se sonríe. Eso es imposible. Él era muy tímido para esas cosas. Sí que es verdad que había conocido a unas chicas, sus vecinas, pero que no se cree que pudiera haber ligado con una de ellas.

- Es imposible,- sonríe Alberto, tapándose los ojos con la mano -. No sé llevar una relación.

Al incorporarse, se da cuenta de que algo falla. La ventana de la habitación no estaba delante de él, sino a un lado. Mira el cuarto detenidamente. Una estantería con discos. La cadena de música en el lado opuesto de la habitación. El libro que suele leer de vez en cuando ha desaparecido de su mesilla. ¿Y dónde está su póster del Atlético?

Un ruido le llama la atención. Viene de fuera del cuarto. Alberto se levanta de la cama y llega hasta la puerta, cerrada. La abre lo suficiente como para poder ver a través de la apertura. No ve nada, pero oye ruido de vasos y cubiertos. Esa distribución de la casa… Es como la suya… pero al revés. ¿Qué ha pasado? Con cierto nerviosismo, Alberto abre lentamente la puerta y avanza hasta la cocina. Y allí la ve, preparándose el desayuno.

Se la queda mirando, apoyado en el resquicio de la puerta. A pesar de la vejez de la camiseta y del cabello revuelto, la ve guapa. Un momento, ¿por qué siente eso? ¿Qué es? ¿No será que él…? No, no puede ser. Él ya hace tiempo que renunció a ello. Era imposible. Pero… Se ha despertado en su cama, en su casa. Pero no recuerda que… ¿Cuánto bebiste, Alberto? No recuerda que bebiera nada, y, sin embargo…

- Es muy tarde ya,- dijo Alberto, mirando el reloj de su muñeca -. Será mejor que me vaya a mi casa a dormir.

- ¿Por qué no te quedas en mi casa?

- No. No hace falta. Además, vivo a dos pasos. ¡Literalmente!,- ríe Alberto.

- Si no me importa…,- las mejillas de Gloria delataban su estado anímico.

- No. No quiero molestar.

- No molestas…,- el tono de voz de Gloria cada vez era menos audible.

- No tengo pijama. Y creo que vosotras no tenéis ninguno que me valga.

Gloria ríe.

- ¿Qué pasa?,- pregunta Alberto, sonrojado.

- Nada. Simplemente me estaba imaginando que…,- Gloria se para voluntariamente. Su rostro estaba sonrojado.

- ¿Qué te imaginabas?,- Alberto también estaba ruborizado.

- ¡Oh, no! ¡No es lo que imaginas!,- ríe Gloria -. Te imaginaba con alguno de nuestros pijamas, no te imaginaba…

El rubor acabó invadiendo la casa entera. Y sólo había una manera de sacarlo: riendo. Y así actuaron los dos, rieron a más no poder.

- Bueno, me quedo, pero yo duermo en el sofá,- responde Alberto, disponiéndose a tumbarse en el sofá.

- No,- Gloria le retiene -. Eres mi invitado. Yo duermo en el sofá.

- Pero es tu casa.

- Por eso, porque es mi casa, yo…

La pelea por ver quién duerme en el sofá termina con Gloria desequilibrándose y cayendo sobre Alberto. Los dos sobre el sofá. Gloria sobre Alberto. Los dos se miran fijamente a los ojos. El silencio les envuelve como una suave sábana. La sonrisa que dibujaban sus labios se iba desvaneciendo poco a poco para convertirse en una seriedad incómoda. Y, sin saber cómo, acabaron besándose. Y esos besos poco a poco les hicieron avanzar hasta la cama.

Cuando por fin llegaron, Alberto fue quien tomó la iniciativa. Sobre su amada, la envuelve en suaves abrazos, pero deseoso de sentir su piel, comienza a desprenderla de su ropa. Gloria se deja llevar, pero imponiendo la condición de que Alberto debe imitarla. Así, Gloria consigue quitarle la camisa, antes de volver a fundirse con su vecino en otro apasionado beso.

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