lunes, 11 de abril de 2011

CAPITULO 13

- Deberías sentirte afortunado.

Alberto no dejaba de pensar en esa frase que David le dijo aquella mañana. En verdad había tenido mucha suerte en que Ángel Martín fuera su tutor y mentor en Globomedia. Le podía haber tocado Dani, David, Pepe, o cualquier otro guionista del equipo. ¡Y vete tú a saber si le hubieran tratado igual de bien que Ángel! En verdad se llamaba Ángel: le veía como su ángel de la guarda, como su protector. Se sentía señalado por Dios. Si Ángel era su tutor, puede que acabe siendo tan grande como él. Ya empezaba a ver como un gran guionista, como una mente rápida y capaz de sacar chistes y sketches de cualquier noticia. Sonreía imaginando recoger premios y más premios en todas las galas posibles: los TP, los ATV, galas de guionistas, premios sobre la televisión... Pero Alberto se torna serio al momento. ¿Qué le estaba pasando? ¡Se estaba endiosando! No, él no era así. Su timidez innata siempre le hizo mantenerse con los pies en la tierra, pero en aquel momento comenzaban en anidar en su ser unos aires de grandeza inmensos. No, no podía ser así. ¡Él no era así! Así que decidió coger su sobretodo, las llaves y salir a dar una vuelta a la calle para enfriar su mente y dejar de pensar en todo aquello.

Cuando apenas había bajado unos pocos escalones, ve un a tres chicas subiendo un inmenso sofá por las escaleras. Le habían cortado el paso. No podía seguir bajando por las escaleras. Cuando se dispone a darse la vuelta para coger el ascensor, oye a las chicas quejarse.

- Ya te dije que no cabía por las escaleras.

- ¿Te quieres callar?,- responde una de ellas, bastante enojada -. Por el ascensor no cabía ni de coña. ¿Por dónde quieres que lo subiéramos?

- Podíamos haber llamado a una empresa de mudanzas... Habrían previsto una grúa o algo.

- Venga, chicas. No discutáis. Retroceded un poco y lo intentamos meter en otro ángulo...

- Imposible. Se ha quedado atascado.

- ¿Cómo que atascado? ¡No puede ser!

- Sí. No hay manera de moverlo. Se ha quedado encallado.

Alberto se había quedado mirando la escena desde la puerta del ascensor. No podía ver a esas tres chicas en apuros sin ayudarlas. Él era demasiado caballeroso. Así que...

- Hola chicas. ¿Os echo una mano?

- ¡Te lo agradeceríamos eternamente!,- responde una de las chicas, ya con su corta melena revuelta por el esfuerzo.

- ¿Qué ocurre?

- Se nos ha quedado encajado este sofá y no hay manera de moverlo.

- Veamos qué podemos hacer...

Alberto observa atentamente cómo está el sofá en aquel rellano de la escalera. Tras unos segundo se desprende de su sobretodo, se sube las mangas del jersey y prueba a mover el sofá de distintas maneras, sin resultado.

- Pues sí... Está bastante bien encajado...

- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Traemos también la tele y la vemos en el pasillo?,- pregunta una de las chicas, enojada.

- A mí me da igual dónde veamos la tele. ¡Lo que quiero es que me saquéis de aquí!

Efectivamente, una de las chicas se había quedado atrapada entre el sofá y la pared, sin poder salir.

- ¿Le tenéis mucho cariño al sofá?,- pregunta Alberto, tras unos segundo pensativo.

- ¡Mucho!

- Lástima...

- ¿Por qué?

- Es que la única solución que veo es partirlo por la mitad...

- Oye, si vais a partir el sofá, recordad que yo estoy detrás,- se oye decir a la chica atrapada.

- Oye, ni se te ocurre hacerle nada a este sofá, que hace poco que lo compramos, y nuestro dinerito nos costó.

- Lo siento chicas, pero es lo que veo... Si no me creéis, preguntádselo a los bomberos,- contesta Alberto, enseñando su móvil.

CAPITULO 12

A la mañana siguiente, Alberto volvió a Globomedia. Era su segundo día, pero gracias a la cena de la noche anterior, tenía la sensación de llevar meses en la empresa. Llegó con una gran sonrisa en su rostro y una copia de su corto bajo el brazo. Al llegar al ascensor, se encontró con Galindo.

- ¡Buenos días, becario!,- le responde divertido.

- Buenos días...,- Alberto se queda en silencio.

- David,- le responde Galindo.

- Eso. David,- Alberto se sonroja.

- Tranquilo. Es normal que no recuerdes nuestros nombres el primer día, pero ya verás cómo en menos de un par de semanas ya te sabes todos... o, por lo menos, la gran mayoría,- Alberto le responde sonriendo -. Hoy te sentarás conmigo a hacer el guión,- prosigue Galindo, saliendo del ascensor en la planta de redacción.

- Yo creía que Ángel iba a ser mi tutor...

- Y lo será. Pero, como comprenderás, Ángel también es el presentador y no puede estar a todo. Yo te enseñaré los primeros días hasta que le cojas el tranquillo a esto. Cuando ya creamos que estás preparado, Ángel se encargará de ti.

Galindo le lleva hasta su mesa en la redacción, le acerca una silla y comienza la clase. Alberto prestaba toda su atención a lo que su ya compañero le comentaba, y lo apuntaba en un cuaderno. Hasta le sugirió ideas para su parte del guión que fueron bien aceptadas.

- Alberto,- le dice de repente -. ¿Qué es eso?

Alberto mira encima de la mesa, al lado de su brazo. En el DVD con la copia de su corto.

- ¡Ya ni me acordaba!,- exclama Alberto, con los ojos abiertos de par en par -. Es que he traído una cosa que me pidió Ángel ayer. Será mejor que se la dé ahora, que seguro se me olvida al final dárselo,- y se levanta. Pero se queda quieto, mirando a todos lados.

- El despacho de Ángel está allí,- le indica David, sonriendo.

Alberto le da las gracias y corre hasta la puerta cerrada del despacho de Ángel y Dani. Llama con los nudillos esperando el permiso para poder entrar. Tras recibir respuesta de dentro del despacho, Alberto abre la puerta. Lo que ve le perturba. Ángel estaba escribiendo su ordenador, visiblemente intentando contenerse la risa. A su lado, su compañero Dani, con un vaso de plástico del que se escapaba el calor del café que contenía. Sobre la mesa, una caja de aspirinas abierta.

- ¿Tienes que teclear tan fuerte?,- le susurra Dani a su amigo. Su voz desaparecía en cada palabra.

Alberto se acerca tímido hasta Ángel.

- ¿El castigo?,- le pregunta a Ángel, sin apartar la mirada de Dani.

- El castigo,- contesta Ángel, con una sonrisa maliciosa en su rostro -. Bueno... ¿Qué quieres, Alberto?

- Te he traído lo que me pedísteis ayer...

- ¿Estáis los dos sordos?,- les interrumpe Dani -. Dejad de gritar.

Ángel se levanta y se lleva a Alberto fuera del despacho. Alberto le entrega el DVD.

- Es una copia del corto que hablamos ayer.

- ¡Ah, sí!,- Ángel lo coge -. ¡Muchas gracias, Alber! Si puedo, esta tarde lo veo sin falta. Aunque, si es la mitad de como era el sketch de ayer, es suficiente. Cambiando de tema, ¿ya te ha dicho Galindo...?

- ¿Lo de que será él mi tutor aquí? Sí,- responde Alberto, disimulando su decepción.

- Perdona, pero es que tengo un montón de trabajo. No sólo hago el guión, sino que presento, actúo... En fin, que necesito el doble de horas que vosotros. Pero cuando Galindo me diga que ya estás totalmente adaptado, pues ya me hago cargo yo. No creo que sea más de una o dos semanas, porque son cosas muy básicas lo que has de aprender, pero cualquier duda, se la dices a Galindo, que él es tan buen guionista como yo o como Dani,- se prepara para entrar de nuevo en el despacho, pero se vuelve -. Pero de vez en cuando puede que me pase por tu mesa a ver qué tal te va,- y le guiña un ojo antes de entrar y cerrar la puerta.

¡No donis cops de porta, cony!,- exclama Dani desde dentro del despacho, totalmente desesperado.

jueves, 7 de abril de 2011

CAPITULO 11

Alberto tenía problemas con la conducción del coche de Ángel, pero se las apañaba. Ángel, mientras, trataba con su amigo, en el asiento trasero.

- Pero, Ángel,- decía insistentemente Dani -. De verdad, estoy bien. No hace falta que me llevéis a casa.

- No, no estás bien,- le responde su amigo.

- Al final no ha pasado nada, ¿no? Pues ya está. Volvamos.

- No. Te llevamos a casa para que la duermas.

- Si no tengo sueño. ¡Lo que tengo son ganas de marcha!,- y comienza a bailar sentado.

- Dani, por favor,- responde Ángel -. Estate quieto ya, que pareces un niño pequeño.

- Déjale Ángel,- contesta Alberto -. Déjale hacer. Cuanto más haga, más cansado estará, y antes se dormirá.

- Cómo se nota que no le conoces...

Gracias a las indicaciones de Ángel, pudieron llegar hasta la casa de Dani. Pero Dani ya se había quedado dormido. Ángel trató de despertarle, pero fue imposible. Ángel le quita el cinturón de seguridad y pidió a Alberto que abriera la puerta y le ayudara a sacarlo y llevarlo hasta la casa. Fue bastante dificil, pero al final lo consiguieron. Y ahí estaban los dos, uno a cada lado de Dani, llevándolo casi a rastras hasta la casa. Al llegar al portal, Ángel mete la mano en los bolsillos de la chaqueta de su amigo hasta encontrar las llaves y poder abrir la puerta. Durante el trayecto hasta el dormitorio casi se les cae un par de veces, pero consiguieron evitarlo, hasta que llegan a la cama y ahí le dejan.

- Seguro que Dani, si estuviera despierto, habría sacado algún chiste sobre esto,- comenta Ángel, jadeante, mirando a su amigo tirado en la cama. Y entonces se acerca a él y le quita los zapatos.

- ¿Qué haces?,- le pregunta Alberto.

- Ayúdame a meterlo en la cama, aunque después de lo que ha hecho... No se merece ni que le hubiésemos traido a casa. Teníamos que haberle dejado que durmiera en un cajero,- Alberto notaba a Ángel enfadado.

- No te pases,- sonríe Alberto.

- Bueno, al menos mañana tendrá su castigo: una jaqueca de tres pares,- ríe Ángel. Alberto niega sonriendo.

Con trabajo lograron al final entre los dos desnudarlo y meterlo en la cama. Tras susurrarle algo a Dani en catalán, Ángel le indica a Alberto que salgan de la casa.

- Muchas gracias por todo,- le dice Ángel, ya en el coche en marcha.

- No es nada, Ángel.

- No, de verdad. Muchísimas gracias. Sin tu ayuda no sé cómo habría traído a Dani hasta su casa.

- De verdad que no ha sido nada, Ángel. Seguro que cualquier otro compañero habría hecho lo mismo que yo... si no hubiesen bebido, claro.

Ángel deja ver su sonrisa a modo de agradecimiento.

- Bueno, Alberto. Espero que lo que ha pasado esta noche no te haya hecho tener una impresión errónea de nosotros.

- ¿Cuál? ¿La de que algunos podéis llegar a beberos hasta el agua de los floreros? ¡No, tranquilo! ¡Ni me he dado cuenta!,- sin darse cuenta, Alberto acaba de hacer su primer sarcasmo sin prejuicios.

- Aún somos jóvenes... algunos... Y queremos terminar de gastar los pocos cartuchos que nos quedan en fiestas. Pero también somos lo bastante maduros como para saber que con el alcohol hay siempre un límite. Límite que creo Dani ha sobrepasado hoy...

- No te avergüences de él, Ángel. Es tu amigo, ¿no? ¿Y qué si se ha pasado al beber? Por una vez... Además, tú mismo lo has dicho: Mañana tendrá su castigo,- otra sonrisa arrebatadora de Ángel.

- En serio, Alber,- Ángel le toma de la rodilla y le mira a los ojos -. Eres un gran tipo, de verdad. Y no sé cómo pagarte esto.

- No tienes por qué, Ángel... O sí. ¿Qué tal si me subes el sueldo?

- ¿Apenas llevas un día y ya vas pidiendo aumento de sueldo?,- se queda pensativo sin dejar de mirarle -. Llegarás muy lejos, amigo mío,- y los dos ríen.

CAPITULO 10

La cena siguió su curso normal a lo largo de la noche... hasta que un pequeño incidente protagonizado por Dani Mateo tuvo que darle el punto final. Parece ser que Dani acabó bebiendo más de lo habitual y se propasó en sus locuras.

Eran aproximadamente las una y media de la mañana y Dani, con más alcohol del que él mismo era capaz de asumir en su sangre, comenzó con su serie de gracias hacia una de las camareras. Sus compañeros ya le llamaban la atención, pero él proseguía con su rito, y hasta que no la tocó el muslo no paró. Sus amigos se excusaron a la camarera, la cual, con el enfado dentro, les agradeció las disculpas con una sonrisa.

- Venga, Dani,- le dice Ángel, haciéndole levantarse de la silla -. Ya has bebido bastante. Será mejor que te llevemos a casa.

- Ángel, que no ha pasado nada.- La forma de hablar de Dani confirmaba lo que su amigo acababa de decir. Y Dani, volviéndose a la camarera -. ¿Verdad, guapa?

- No. No ha sido nada...,- responde la muchacha, con cierto sonrojo en sus mejillas.

- No. No le disculpes,- le recrimina Berta -. Si no sabe beber, no sabe.

- Venga chicos,- continúa Ángel -. Que alguno me ayude a llevarle a su casa.

Pero nadie se levantaba.

- Chicos...

- Verás Ángel...,- responde Miki -. Todos hemos bebido y, como no llamemos a un taxi...

Ángel abre su monedero. No tenía suficiente para dos viajes: el de llevar a Dani a su casa y luego ir él a la suya... A no ser que se quedara uno a dormir en casa del otro.

- Yo no he bebido

Ángel miraba a Alberto como quien mira a su salvador.

- ¡Gracias, Alberto! ¡Me has salvado la vida! Esto... ¿sabes cómo va mi coche?

martes, 5 de abril de 2011

CAPITULO 9

La cena transcurrió como toda cena de amigos: entre risas y cháchara. Que si Patricia y Berta hablando de unos zapatos que una de ellas vio aquella tarde en un escaparate, que si Dani poniendo caretos raros cuando le sacaban fotos, que si uno de los peluqueros hablando del peinado que le quiere poner a Patricia el próximo programa, que si Ángel comentando con otro guionista algún gag que podría incluir en el programa... Todos hablaban con todos... excepto Alberto. Se sentía como pez fuera del agua. ¿Qué podría hablar él con ellos? Les conoce desde hace apenas 24 horas. ¿Cómo poder llevar una mediocre conversación sin parecer estúpido?

- Alberto...

¿Qué? ¿Cómo? ¿Alguien, de entre esa estirpe de grandes estrellas del humor, le estaba llamando? ¡Rápido! ¡Intenta seguir la conversación! Pero, ¿con qué? ¿Sobre qué? ¡Utiliza el comodín del asentimiento de cabeza!

- Alberto,- era Ángel -. ¿Tú qué opinas?

Alberto responde obedeciendo su voz interior, asintiendo.

- ¿Sí, qué?

De nuevo en blanco.

- Que...,- su voz logró salir de su garganta -. Que... que muy bien... Todo lo que hagáis me parece bien.

- Pero tú también eres guionista. Queremos saber tu opinión,- y varios ojos se le clavaban como puñales afilados.

- Es que... No sé de qué estábais hablando...

Risas.

- Alberto...,- Ángel se abraza por los hombros -. Hablábamos de un sketch que se me acaba de ocurrir para meterlo en el programa. Deja que te lo explique. Se me ha ocurrido una pequeña sección en el programa sobre cosas normales y corrientes. Verás. Es sobre esas pequeñas cosas del día a día que no molan.

- ¿Y tiene título la sección?

Ángel le mira sorprendido. Luego se vuelve a sus compañeros. Todos se quedan mirándose serios. De repente, estallan en carcajadas.

- ¿He... he dicho algo malo?

- ¡No, no!,- Ángel apenas podía hablar por el ataque de risa -. Es que no habíamos caído en ello. No habíamos pensado en el título.

- Pues... Si va a ir de pequeñas cosas que no molan, ¿por qué no lo llamáis así?

Ángel se calma y mira a Alberto.

- Cada vez me gusta más este chico,- responde, abrazando a Alberto por los hombros y volviéndose a sus compañeros.

La velada prosiguió como al comienzo, con la diferencia de que Alberto pudo incorporarse a las conversaciones. Ya se sentía uno más.

lunes, 4 de abril de 2011

CAPITULO 8

Ángel se pasó todo el camino hablando con Alberto, pero él no le respondía de igual manera. Permaneció callado. Ángel le incitaba a que hablara, pero no lo conseguía. Entonces Ángel reduce la velocidad del automóvil y aparca. Se baja del coche. Alberto le mira sorprendido. Ángel le abre la puerta para que baje.

- Alber, baja,- le dice serio.

- Pero...

- Ya hemos llegado,- y le señala el local que estaba tras suyo. Alberto baja del coche y sigue a Ángel. Ángel abre la puerta y hace entrar a Alberto el primero. Éste queda absorto en el ambiente del lugar.

Era un bar, como cualquier otro, con su barra, sus camareros, su televisión de plasma retransmitiendo el partido de fútbol del día... Ángel sigue avanzando por el local. Increible que pasara desapercibido entre la muchedumbre agolpada en el bar. Parece ser que el partido era más interesante que él... O que los futboleros del local no eran seguidores del programa. Alberto le sigue hasta una puerta sobre la que había un humilde letrero que, con letra de imprenta, lucía orgulloso un “RESTAURANTE” en letras rojas sobre la oscura madera.

Al abrir la puerta, son recibidos por un pequeño galimatías de voces que, al momento, saludan al unísono a los recién llegados. Ángel saluda a algunos de sus compañeros, pero es Alberto el que se lleva los mayores elogios. Alberto, de nuevo invadido por la timidez, acepta las salutaciones. Ángel llama a Alberto y le señala un asiento libre a su lado. Alberto acude.

- Tu primer día y ya me has dejado la cabeza loca,- le dice Dani, sentado a su lado -. Primero que sí, luego que no...

- Perdona...,- le responde cohibido.

- No te preocupes,- le dice con una sonrisa -. Nadie tiene la culpa de que seas un indeciso... ¿O no?,- ríe -. Y espero que no nos hagas lo mismo con la cena. Que si quiero unas chuletillas, que mejor un escalope, que si me lo he pensado mejor y casi prefiero un bacalao...

- Dani,- le recrimina Ángel -. Deja al pobre muchacho, que ya ha tenido suficiente con lo de esta tarde...,- y, abrazando a Alberto por los hombros, le susurra -. Y tú tranquilo... No hagas caso. Cualquier cosa que te hagan estos locos, se lo dices al tío Ángel,- y coge el menú con una sonrisa.

domingo, 3 de abril de 2011

CAPITULO 7

A los pocos minutos, llaman a su puerta. Alberto se levanta y acude a la llamada. Pero no llega a abrir. Se queda petrificado. Sigue pensando en que él no pinta nada en esa quedada de compañeros de trabajo. Una segunda timbrada le hace volver en sí y esta vez sí que reacciona abriendo la puerta. Pero se sorprende al ver quién llamaba.

- ¿Ángel?,- pregunta extrañado -. ¿Y Dani? Me dijo que iba a venir él...

- Pues he venido yo,- responde Ángel.

Alberto comenzó a ponerse tenso. Seguro que Ángel sabía que le dijo que no y que el pretexto del dolor de cabeza era mentira. Se sentía incómodo. Ahora tendría que explicarse ante su jefe.

- ¿Qué, Alberto? ¿Sales o entro?

- ¿Eh?,- Alberto reacciona.

- Que si nos vamos ya o prefieres hacerte el remolón.

- Ah...,- Alberto seguía dándole vueltas a la cabeza al asunto de la mentira -. No. Nos vamos ya...,- coge las llaves y cierra la puerta. Sigue a Ángel escaleras abajo. Se notaba a Ángel bastante alegre, sobre todo en que saltaba las escaleras de dos en dos y deprisa; Alberto iba algo más rezagado y lento. No quería estar al lado de Ángel todo el rato. Se sentía muy incómodo.

- Venga, Alber,- le dice Ángel, ya en la puerta, cuando Alberto ya ha bajado el último escalón -, que se nos va a hacer tarde,- y, cuando ya está junto a él -. ¿Te puedo llamar “Alber”?

- Claro...,- responde aún tímido, sin poder mirarle a la cara.

Alberto sale el primero a la calle, ya con cierta prisa, pero un silbido le llama la atención. Ángel le llama en la otra dirección.

- Tengo el coche por allí.

Alberto rectifica su marcha y sigue a Ángel durante unos pocos metros hasta llegar a un coche. Alberto se queda de pie, delante de la puerta del copiloto, mientras Ángel toma su puesto delante del volante.

- ¿Vas a montar o qué?,- pregunta Ángel, ya con cierta seriedad, saliendo nuevamente del coche. Alberto vuelve en sí y monta en el coche.

Ya no se lo creía. Estaba en el coche de Ángel Martín, y con el propio Ángel Martín conduciendo. Pero seguía avergonzado por cómo se portó aquella tarde.

- ¿Me vas a decir ya qué te pasa, Alber?,- le pregunta serio, ya dentro del coche en marcha. Ángel no apartaba su seria mirada de la calzada -. Desde que he venido a por ti, te he notado muy raro, como si me evitaras. ¿Puedo saber qué te pasa? Y espero que sea lo de ir a una cena con tu jefe,- media sonrisa irónica. Ángel era el rey de esas sonrisas. Y, posando su mano en su rodilla, le dice -. Puedes confiar en mí. Mírame como un amigo y no como un jefe. En Globo todos somos amigos y nos lo contamos todo.

Alberto no se atrevía a contárselo, pero, sin saber de dónde sacó la fuerza, se lo dijo.

- Verás... Te dije que no, no porque me doliese la cabeza, que no me dolía, sino porque no me veía saliendo con vosotros. ¿Qué pinto yo con vosotros? No tengo nada que ver con vosotros...

- ¿Eres tonto?,- le responde Ángel, parado ante un semáforo. Le miraba a los ojos -. ¿Cómo que no pintas nada? Vale que estés nervioso y todo eso, pero, aunque no lo parezca, formas ya parte de nuestra familia. Cuando te quieras dar cuenta, ya estarás de risas con nosotros,- y le sonríe. Y esa sonrisa tranquiliza un poco al joven.

sábado, 2 de abril de 2011

CAPITULO 6

- Idiota,- pensaba Alberto para sus adentros. Ya estaba en su casa, sentado en el sofá, meditando sobre su respuesta ante Ángel a la salida de Globomedia -. Eres un idiota. Ángel y Dani se han portado genial contigo hoy. No son los típicos jefes cabrones, no. Ellos son divertidos y enrollados. Te han ayudado a pulir el sketch. Y encima te invitan a salir con todos por la noche. ¿Y tú qué respondes? ¿Que te duele la cabeza? Idiota...

Comenzaba a sentirse mal. Se imaginaba al día siguiente a Ángel y a Dani más serios, secos y distantes. Aunque no tenía por que ser así. Posiblemente sigan igual que esa mañana. Se arrepentía de haberle dicho que no a Ángel. Quería llamarle y decirle que ya estaba mejor y que sí que saldría con ellos, pero había un fallo... no tenía su teléfono. No tenía el teléfono de nadie del programa. Ya sólo le quedaba esperar al día siguiente y pensar otra mentira para quedar bien. Pero una música característica le hace evadirse de sus pensamientos. Su móvil sonaba. El teléfono que aparecía en la pantalla no lo conocía, pero, aun así, contestó.

- ¿Por qué me haces esto?

- ¿Perdón?,- Alberto se quedó de piedra. ¿Quién podía tener su teléfono y hablarle así? No entendía nada.

- ¿Por qué me haces esto, Alberto?,- repetía aquella grave voz.

- ¿Quién eres?,- Alberto comenzaba a tener miedo.

- Yo, que estaba tan contento por lo de esta noche, y ahora me entero por Ángel de no vienes.

Un flash le llegó a su mente.

- ¿Dani?

- ¿Quién iba a ser si no?

Alberto respira tranquilo.

- Me habías asustado,- le responde -. Pero, ¿cómo has conseguido mi número?

- Viene en un currículum de prácticas.- Cierto -. Y ahora dime, ¿por qué me dices que te vendrías con nosotros esta noche y a Ángel le dices que no?

Alberto sabía que tarde o temprano le iban a descubrir, porque jamás se le dio bien mentir.

- Verás... Es que me empezó a doler la cabeza y...

- Curioso. Eso siempre me decía mi novia. Mira, Alberto. No me quiero enfadar contigo, sobre todo porque no sé enfadarme, y tú me caíste bien desde el primer momento, pero esto no se hace. Si no querías venir, haber dicho que no y ya está. Nadie te va a morder ni a mirar mal ni nada. Así que dime la verdad. ¿Te vienes o no? Sólo díme la verdad.

Alberto iba a decirle que no, pero se acordó de repente la cara que puso Ángel aquella tarde cuando le contestó, y, sin saber por qué, respondió a Dani.

- De acuerdo,- responde casi a regañadientes -. Voy.

- ¿De verdad?,- le pregunta Dani. Se notaba el tono serio (y casi recriminante) de su voz -. Luego no me cambies otra vez. Y si te vienes, que sea para que te diviertas y no para que te aburras, que no me entere yo de que me dices que sí para no hacerme ningún feo.

- No, en serio. Que sí que voy.

- ¡De acuerdo!,- Alberto no lo podía ver y no podía estar seguro al cien por cien, pero ya se imaginaba a Dani al otro lado del auricular saltando como un niño -. En un rato me paso a buscarte a tu casa.

- ¡Dani! ¡No!,- exclama nervioso Alberto -. ¡No hace falta que vengas! ¡En serio!,- pero sólo le responde el tono del teléfono colgado.

viernes, 1 de abril de 2011

CAPITULO 5

Alberto estaba como en una nube. Aún no se lo acababa de creer, creía que ha sido todo un sueño. Pero no. Ahí estaban Ángel y Patricia, en la mesa del plató, siguiendo el guión a duras penas por el ataque de risa que les había entrado por un pequeño lapsus linguae de Ángel. Pero Patricia supo dominarse por unos instantes para dar el pie del guión para meter un video. El video. Ese que Ángel y Dani grabaron aquella mañana, casi a contrarreloj. Ese video que él mismo escribió el guión. Ese video que Ángel y Dani le hicieron escribir en la entrevista.

Alberto miraba nervioso la pantalla, escondido entre bambalinas. El corazón le latía muy fuerte, pareciera que se le fuera a salir del pecho. Le sudaba todo el cuerpo. Creía que todo era un sueño, pero el gesto de Ángel mirándole con el pulgar hacia arriba le calmaba. Patricia observa el gesto de Ángel y se le acerca para hablarle al oído. Ángel le responde simplemente señalándole. Y Alberto siente flaquearle las fuerza. Patricia le miraba. Al momento le señala, como preguntándole si lo había escrito él. Alberto asiente con la cabeza. Y la respuesta de Patricia le hace morirse al momento: le sonríe cálidamente al tiempo que ella igualmente enseña su pulgar levantado.

Entonces alguien le ataca por la espalda. Alberto reacciona con un respingo.

- ¡Tranquilo, que soy yo!,- ríe Dani. Ya más serio, le rodea los hombros con el brazo, mirando a plató -. Muy buen sketch, ¿eh? En verdad eres muy bueno.

- Bueno... El sketch ha salido bien porque los actores son muy buenos...,- Alberto aún seguía inmerso en su nube de felicidad.

- Oye tío, no me chupes la polla; chúpasela también a Ángel,- ríe Dani -. Perdona tío, pero así soy yo,- y vuelve a abrazar a Alberto por los hombros -. Si te he de ser sincero, yo no te veía como buen guionista. Pero Ángel te ha dado la oportunidad de hacer un sketch, y, la verdad, eres muy bueno. Él es el único que ha visto que eres bueno en esto, y si lo dice el jefe...,- sonríe Dani al tiempo que saluda a su amigo levantando el brazo. Ángel le responde igual -. Cambiando de tema, todo el equipo solemos quedar después del programa para tomar unas copas y charlar. ¿Te apuntas?

- ¿Yo? ¿Salir? ¿Con vosotros?,- pregunta excitado Alberto.

- Oye, ahora te me vayas a desmayar,- bromea Dani -. Y dí que sí, tío. A modo de celebrar el éxito de tu primer sketch.

- No sé, Dani...

- Venga...,- Dani bromeaba con su imitación de niño pequeño -. Jo... Di que sí, tío...

Alberto sonreía avergonzado por la forma de ser de Dani. A pesar de que estaban entre bambalinas, la gente les podía ver, y eso le hacía sonrojar. Para terminar con esa escena, asiente tímidamente.

- ¡Gracias Alberto!,- Dani muestra su sonrisa más grande -. Nos lo vamos a pasar genial esta noche. Ya te diré más tarde cómo quedamos y eso, ¿vale?,- y se va corriendo.

¿Qué hago yo en una reunión de compañeros de trabajo al salir?,- piensa Alberto -. Yo no pinto nada. Es mi primer día y no conozco a nadie. Bueno... Están Ángel y Dani, porque son mis tutores en estas prácticas. Yo no soy mucho de salir por ahí, pero si lo hago, lo hago con mis amigos de siempre, y siempre acabo por pasármelo muy bien. Pero, ¿con un grupo de personas que acabo de conocer? Miento. ¿Con un grupo de personas a las que no conozco? Me veo en un rincón de la barra absorto en mi copa, como el hombre invisible, mientras el resto de la gente habla entre ellos, se divierten y ríen. No, no sé por qué he dicho que sí...

Cuando acabó el programa, todos se van despidiendo. Las chicas se cambian, los compañeros de atrezzo desmontan el último escenario creado, y Alberto sube con el resto de guionistas a recoger la redacción. Al salir del edificio, una mano le toma del hombro. Se vuelve.

- ¡Alberto! ¡Espera, hombre!

- Ah... Hola, Ángel.

- Oye, que no he tenido ocasión de felicitarte por tu sketch,- le responde el catalán.

- No hace falta,- contesta Alberto -. Con las primeras quince veces me basta,- Ángel sonríe.

- Pues con la mía hacen ya dieciséis. Cambiando de tema, me ha comentado Dani que te vienes esta noche con nosotros. ¿Es verdad?

Alberto no sabe qué responder. Dijo que sí sólo para que Dani dejara de hacer el tonto (como tiene por costumbre). Si le dice eso, quedará mal ante su jefe en el primer día, y Dani puede llegar a enterarse y enfadarse con él. Pero es que realmente no le apetecía, y si dice que no, igualmente quedará mal ante Ángel. Así que no ve otra solución.

- Sí, le dije a Dani que sí, pero...,- la cara de Ángel se entristece levemente -. Pero no sé si podré. Es que creo que se me está empezando a levantar dolor de cabeza...,- y se lleva la mano a la cabeza.

- Oh...,- el rostro de Ángel lo decía todo -. Con las ganas que teníamos todos de celebrar tu primer sketch... Y también para conocerte a ti y tú a nosotros. En fin... Otro día será, Alberto,- y le da un par de palmadas en la espalda antes de salir.