viernes, 30 de septiembre de 2011

CAPITULO 75

- ¿Por qué me has traído aquí?,- Ángel se resistía a entrar.



- Venga Ángel, no seas un niño pequeño,- Fátima tiraba de él, en vano.



- No…,- Ángel retoma el camino hacia su casa -. No quiero entrar. No hasta dentro de un tiempo.



- Ángel, por fa…,- Fátima le retiene en un amoroso abrazo mientras trata de convencerle con su melosa mirada. Ángel evitaba mirarla. Conocía esa técnica y siempre se rendía ante ella, pero aquella batalla la tenía que ganar él -. Ángel… Sólo él te puede ayudar. No quiero pasarme el resto de mi vida viéndote tan mustio.



Ángel se da la vuelta.



- Fátima, no vayas tan lejos. ¿Cómo que “el resto de tu vida”?



- Bueno, ya hablaremos de eso otro día, pero esto tienes que hacerlo ya.



Ángel la mira en silencio. Mira el edificio. Mira al suelo mientras exhala un estoico suspiro.



- No sé qué voy a hacer contigo,- murmura.



Fátima, entusiasmada, arrastra al joven catalán al interior del edificio. Tras subir un par de plantas llegan a una familiar puerta. Fátima llama. Al rato, la puerta se abre, sin nadie detrás. Fátima y Ángel se miran, incrédulos. Fátima entra, tímida. Todo está oscuro. Llegan al salón. Fátima encuentra el interruptor de la luz…



- ¡SORPRESA!



Ángel se quedó de piedra. Por unos segundos no supo reaccionar. ¿De verdad estaban todos ahí? Los abrazos, besos y demás carantoñas le prueban que todo es real. Todos sus compañeros y amigos estaban reunidos. De repente, se hizo el silencio. Todos estaban expectantes para que Ángel dijera algo, pero estaba mudo. Ángel les veía y mil sentimientos comenzaban a emerger de sus entrañas hasta que no puede más y estalla. No consigue formar una sola palabra, una sola sílaba. Tan sólo llora. Llora de alegría por verles de nuevo una noche más después del programa, pero llora también de tristeza porque ya no será igual que antes.



Fátima se acerca a él y le abraza.



- Esto ha sido idea de todos ellos,- le dice -. Querían prepararte una fiesta sorpresa de despedida.



- Chicos,- responde al fin Ángel, dirigiéndose a ellos -. He intentado por todos los medios de no llorar en el programa, pero es que sois la hostia. Lo que no consigáis vosotros…,- sonríe tratando de ocultar una nueva oleada de lágrimas que comenzaba a surcar su rostro mientras se abraza a todos ellos.



- ¿Puedo hablar contigo… en privado?,- oye Ángel en un susurro.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

CAPITULO 74

Ángel llevaba bastante rato en casa, a oscuras. Miraba a la televisión, apagada. Desde que montó en el coche, hace una hora, saliendo de la productora, no había dejado de pensar en aquellos cinco años que pasó en el programa. Las risas dentro y fuera del plató, las jaquecas a la hora de escribir un guión que siempre se le resistía, las noches que pasaba junto a sus amigos tomando una cerveza y charlando de todo un poco, y los fans. ¡Ah, los fans! Aquellos chavales que se quedaban todo un día a las puertas del edificio sólo para hacerse una foto con él y conseguir un autógrafo. Daba igual si fuera hacía cuarenta grados a la sombra, había una capa de medio metro de nieve cubriendo la calle o llovía como si fuese el Diluvio. Siempre estaban ahí, esperando, ansiosos y rezumando ilusión y alegría por todos los poros de sus cuerpos, y cuando él aparecía por la puerta, un enjambre de gritos histéricos le llamaba la atención. Con esa tímida sonrisa tan característica en él les respondía y trataba de complacerles a todos. Le hubiera gustado quedarse un rato hablando con aquel pequeño grupo que se quedó con él hasta que se fue, pero no le apetecía nada. Justo en ese momento, no le apetecía. Lo que quería era irse a casa, a pensar en todo lo que acababa de hacer, en hacerse a la idea de que el lunes siguiente no tendría que madrugar y vería el programa por la televisión, como ha estado haciendo todos los viernes.



- ¿Se puede saber en qué piensas?



Ángel sale de su estado de shock. La mirada tierna y maternal de Fátima le devuelve la sonrisa.



- Estaba pensando en todos estos cinco años…,- responde tratando de ocultar el tono quebradizo de su voz.



- Si tan triste estás por dejar el programa, ¿por qué no vas mañana y dices que vuelves?



Ángel niega con su cabeza.



- Imposible. Me lo he estado planteando durante meses, y ya les dije que lo dejaba. Fue muy difícil,. Pero ya está hecho. No puedo volver y decirles: “Oye, que era coña”. No. Ya he entregado mi carta de renuncia y todo. No hay marcha atrás.



Fátima le abraza.



- Y ahora, ¿qué vas a hacer?



- Disfrutar de la vida,- responde tras besar la frente de Fátima.



- ¿Sabes qué?,- pregunta Fátima, sonriendo -. Que no es bueno que te quedes aquí lamentándote y consumiéndote recordando el pasado.- Fátima se levanta y toma a Ángel del brazo, forzándolo a levantarse igualmente.



- ¿Qué haces?,- le pregunta, hastiado.



- Hace buen tiempo, ¿por qué no damos un paseo?



- ¿Te has vuelto loca?,- le dice mientras es llevado a la puerta, resignado -. ¿Buen tiempo, una noche de pleno enero?



Fátima contesta con una dulce risilla mientras toma el abrigo y las llaves y salen de casa a la calle.


martes, 27 de septiembre de 2011

CAPITULO 73

- Si de verdad estabas tan colado por mí, volverás antes de diez segundos…



Y ahí seguía Alberto, esperando. Se imaginaba que en cualquier momento se abriría la puerta, entraría Ángel e iría a por él como un vendaval para consumir hasta el último gramo de su humanidad a base de besos. Pero no, esa puerta no se abría. Y Alberto sonreía tristemente para sí, se alegraba de que esa puerta no se llegara a abrir, porque eso significaba que Ángel ya había superado su obsesión por él. Pero, ¿lo habría superado por la conversación que acababan de tener o porque Ángel ya había tomado la difícil decisión de dejar el programa? Alberto comenzó a pensar en el programa sin Ángel, en la redacción sin sus ideas, en el comedor sin sus comentarios. Era muy triste, pero era su decisión. Alberto sabía la verdadera intención por la que Ángel dejaba el programa y él también necesitaba estar una temporada sin verle y sin saber de él. Él también ha terminado por obsesionarse con su amigo. Y todo por aquel sueño que tuvo la otra noche y que casi se hace realidad hace unos minutos.



Alberto acabó por volver a pensar en aquel sueño. ¿Él también se estaba volviendo…? No, no era posible. Él seguía enamorado de Gloria. Y cada vez que pensaba en ella, cada vez que la miraba, que ella le susurraba, que ella le tocaba, él se volvía loco, su corazón se aceleraba y su virilidad acababa tomando el mando de todo su ser. Excepto… excepto aquella misma noche. Para probarse  a sí mismo que no había cambiado nada, que aquel sueño no significaba nada, decidió demostrar a Gloria y demostrarse a sí mismo que seguía siendo un auténtico hombre. Pero… No sabe por qué, pero algo falló, algo salió mal. Quiso remontar, pero abandonó esa idea de un segundo intento, no sea que volviera a pasar y acabara con esa paranoia en su cabeza para siempre. Tal vez esta noche podría volver a intentarlo, ya que tras hablar con Ángel y dejarlo todo claro, ya volvería a ser el mismo… o no. Tal vez pensaría en Ángel, que ya no está en el programa, y acabaría siendo él mismo el obsesionado. No. Imposible. Alberto menea la cabeza, tratando de sacar esas absurdas ideas de su mente  mientras sonríe con cierto nerviosismo. No. Esa noche iba a ser como las demás. Tenía que ser como las demás. Gloria y él solos, abrazados, ocultos tras las sábanas, jugando a escondidas de la pícara luna, que siempre trata de ver algo incluso entre los resquicios de la persiana. Esa noche sería como las demás.



Y la puerta seguía sin abrirse.



Sabiendo que esa puerta no se iba a abrir, toma su camisa del suelo y se la pone mientras, con una triste sonrisa, se encamina a la puerta. Cuando sale, ve a lo lejos a Ángel abrazado y besando a Fátima.



- Has hecho muy bien, Ángel.- piensa Alberto -. Esa era la reacción que esperaba de ti,- y se va por el lado contrario.

sábado, 24 de septiembre de 2011

CAPITULO 72

- Hola Ángel…,- aquella tímida voz hizo que se le volcara el corazón.



- ¡Fátima!,- exclama Ángel, ojiplático -. ¿Qué haces aquí?



Fátima trataba de retener su tristeza, recordando viejos tiempos y tomando conciencia de los últimos meses.



- La verdad…. No lo sé.



Fátima se da la vuelta para irse, pero Ángel reacciona a tiempo para retenerla tomándola de un brazo y haciéndola volverse de nuevo. Una lágrima comenzó su odisea por el rostro de ella. Ángel pasa su pulgar gentilmente para hacerlo desaparecer. La mira bondadoso. Fátima no soporta fijar sus ojos en él.



- Fátima,- le dice suavemente -. Mírame.



Fátima duda, pero Ángel la ayuda poniendo su mano bajo su barbilla. Se miran a los ojos.



- Después de todo el daño que te he hecho, después de todo este tiempo, sigues pensando en mí, ¿no es eso?,- los brillantes ojos de Fátima responden por ella -. A pesar de haberte confirmado que estuve con otra persona, sigues enamorada de mí. Y yo de ti,- el rostro de ella muestra una enorme sorpresa -. No sé qué me pudo pasar. No sé por qué hice aquello, por qué te dije todo eso. Además, he pasado los mejores meses de mi vida a tu lado, y desde que lo dejamos, no he podido dejar de pensar en ti, en el daño que te he estado haciendo desde entonces, alejándote de mí. Y quiero que sepas que, si me dejas, quiero volver a tu lado. Quiero recuperar el tiempo perdido, quiero volver a vivir aquellos días, aquellas sensaciones que viví a tu lado. Quiero olvidar todos estos últimos momentos… Quiero olvidar.



- Ángel…,- farfulla Fátima -. En verdad sigo enamorada de ti, pero enamorada hasta la médula. Me llegaste tan al fondo de mi ser que ya es muy difícil sacarte de mí. Y es verdad que me hiciste mucho daño cuando me dejaste y me confesaste tu infidelidad, pero había una parte de mí que deseaba que fuese mentira, un sueño y que en de repente aparecieses por la puerta de casa, dándome las buenas tardes como solías haces, besándome tan pasionalmente y preguntándome por mis clases de la universidad. Y no me importa ya esa tercera persona… porque ya sé quién es,- Ángel muestra cierto temor en su faz -, y lo comprendo. Comprendo que hayas caído en sus brazos, porque son muchos años… y el roce hace el cariño… y la tele…



- ¿Sabes… sabes quién era?



- Sí…,- sonríe tratando de disimular otra lágrima -. Dani. Esos sketches, esas escenas y esos guiones… Era normal que tarde o temprano se volviera realidad, aunque fuera por unos días.



- Yo te prometo que ya pasó. Fue sólo una etapa, y que lo que quiero es volver contigo.



- No sé, Ángel…



- ¿ Cómo que no?,- Ángel se enoja, pero al momento se tranquiliza -. Ya. Comprendo,- agacha la cabeza mientras se da la vuelta para irse.



- Ángel,- sigue hablando Fátima, sin moverse del lugar -. Me has causado mucho daño, y tengo miedo de que destroces por completo mi maltrecho corazón.



Ángel se vuelve de repente.



- Fátima. Te juro por lo más sagrado que nunca jamás volverá a pasar,- se acerca a ella y, mirándola fijamente a los ojos, susurra -. Nunca jamás,- para sellar la frase con un profundo beso en los labios.

jueves, 22 de septiembre de 2011

CAPITULO 71

Ángel se queda quieto en la puerta. Llora. Seguía enamorado de Alberto, pero no podía hacer lo que le pedía. No. Era su amigo. No podía romper esa amistad tan enorme por una visceralidad tan baja como el sexo. Además, no le volvería a ver como siempre. No podría mirarle a los ojos. Ni a él, ni a Gloria, ni a nadie. Entonces levanta el rostro de repente, se limpia las lágrimas y se queda de frente a la puerta. Lleva su mano mecánicamente al pomo, pero no llega a tocarlo por milímetros. Se queda paralizado, pensando.



- Lo siento…,- murmura antes de alejarse corriendo por el pasillo. Cabizbajo, arreglándose la camisa, se encuentra con Dani al final del pasillo. Se queda parado durante unos segundos, pero luego retoma el paso, decidido, y se acerca a él -. Dani…,- murmura. Dani se da la vuelta. Aún quedaban rastros de enojo en su ser. -. Dani, tío… Perdona por lo de antes… Tantos años juntos y creo recordar que esta ha sido la primera vez que hemos discutido de forma tan fuerte.



Ángel era incapaz de mirarle a los ojos. Nunca antes había discutido con su amigo de aquella manera. Se sentía pequeño ante él. Sentía que todo lo que hiciera a partir de entonces para recuperar su amistad no sería suficiente. El silencio que se había formado entre ellos, al terminar de hablar, tensó el ambiente más de lo normal. Ángel estuvo a punto de darse la vuelta y salir del edificio, salir de la cuidad, del país, por haber gritado de aquella manera a Dani, por haberle vertido aquellos improperios del que se había creído incapaz de decirle a nadie.



- Ángel,- el seco tono de voz de Dani le hizo mirarle al rostro -. Perdóname tú a mí,- le abraza -. Sé que has tomado una decisión que habrás sopesado durante días… semanas… ¡o meses incluso!,- le mira a los ojos con su mirada vidriosa -. Te conozco bien, Ángel, y sé que eres muy cabezota, y que cuando se te mete algo entre ceja y ceja no hay fuerza humana ni divina que pueda quitártela de ahí. Por eso te apoyo en tu decisión, como lo he estado haciendo durante toda mi vida, aunque esta creo que es la primera vez que estoy en desacuerdo con ella, pero es tu vida, tu decisión, y quiero que sepas que estaré a tu lado siempre.



Ángel se queda mirándole durante unos instantes, hasta que le abraza fuertemente, dejando que sus sentimientos aparecieran y empapasen la chaqueta de su amigo, al igual que hace él con su camisa.



- ¿No hay manera de hacerte cambiar de idea?,- sonríe Dani, tratando, en vano, de esconder su tristeza. Ángel niega con la cabeza. Dani le toma el rostro entre sus manos -. Te vamos a echar de menos, tío,- y le vuelve a abrazar.



- Dani, que no me voy a la guerra,- bromea Ángel, intentado destensar el ambiente. Dani se separa de repente. Ángel le mira. Sus ojos estaban muy abiertos. Miraba al fondo del pasillo, detrás de Ángel.



- Se… será mejor que me vaya…,- Dani da un par de pasos hacia atrás para terminar por volverse y salir con paso acelerado. Ángel, sin comprender, se da la vuelta.

martes, 20 de septiembre de 2011

CAPITULO 70

- Alberto,- responde Ángel, tranquilamente -. ¿Se puede saber qué haces?



Alberto se separa de la cara de Ángel, con los ojos cerrados, como si se avergonzase de lo que acababa de hacer.



- Ángel. Sé que has estado detrás de mí, no sé si desde el primer día que nos conocimos, pero sé que desde esos días empezó todo. Yo no soy como tú… Tengo novia, me voy a casar con ella, a ti te tengo un gran aprecio: eres mi jefe, mi compañero… Eres mi amigo… Mi hermano. Has hecho todo lo posible y lo imposible por hacerme llegar a donde estoy ahora. Después de pensarlo mucho, he decidido que tengo que corresponderte de alguna manera, y es ésta,- Alberto se quita la camisa.



- Alberto… No lo hagas, por favor.



Una tímida gota cae al suelo tras dejar un suave rastro de tristeza en la mejilla de Ángel.



- Ángel. Ahora mismo soy todo tuyo. Puedes hacerme lo que quieras. Todo lo que has estado imaginando y deseando desde el primer día te doy carta blanca para hacerlo. Tómame y olvidemos esto ya.



- Pero… ¿Y Gloria?



- No sabrá nada.



- Ya, pero… ¿y tú? Quiero decir, ¿no tendrás remordimientos? ¿No te notará cambiado a partir de ahora?



Alberto vuelve junto a Ángel para quitarle la camisa con cierta ansiedad y excitación. Ángel forcejea levemente, pero se deja hacer.



- Vamos Ángel…,- le susurra -. Esta es la única oportunidad en tu vida que tendrás para hacer esto.



Durante unos instantes se quedan los dos en silencio, mirándose a los ojos entre jadeos y palpitaciones. Ángel hace un par de amagos de querer besarle, pero apenas llega a rozarle los labios. Alberto quiere lanzarse, pero no es él, sino Ángel el que debe reaccionar. Él no le debe obligar. Finalmente, Ángel se agacha. Alberto cierra los ojos, haciéndose a la idea de lo que se estaba imaginando. Sube el rostro al cielo para que no se escapen las lágrimas que comenzaban a aflorar en sus ojos. Pero algo va mal… Su cintura sigue aprisionada por el pantalón, su masculinidad no se libera. Alberto mira al suelo. Ángel se levanta.



- Lo siento, Alberto…,- responde poniéndose de pie mientras se pone la camisa, que Alberto había tirado al suelo cuando se la quitó -. No… no puedo hacerlo… No debo…,- y sale del baño, cerrando la puerta tras él.



Alberto se queda inmóvil, dejando por fin que aquellos sentimientos retenidos salieran a la luz en forma de lágrimas.



- Por favor, Ángel…,- piensa para sí Alberto -. Vuelve… Abre la puerta y vuelve… Te doy diez segundos… Si de verdad estabas tan colado por mí, volverás antes de diez segundos…

domingo, 18 de septiembre de 2011

CAPITULO 69

- Ángel,- Alberto entró en el aseo, con cierto temor malamente disimulado con una fina capa de valentía -. ¿Eras tú o no eras tú?



- ¡De acuerdo Alberto!,- exclama Ángel, exasperado -. ¡Sí, era yo! ¿Contento?



- No,- avanza hasta su lloroso amigo -. No estoy nada contento. ¿Cómo puedo estarlo si uno de mis amigos va al psicólogo?



Ángel responde con sus lágrimas durante unos momentos hasta que Alberto le abraza por los hombros.



- ¿Me lo cuentas todo?,- le susurra. Ángel le mira. Aquel instante fue suficiente para calmar al catalán.



- ¿No lo ves, Alberto? ¿No sabes por qué voy? Por ti, Alberto. Voy por ti. Por mí. Por las chicas,- Alberto se sorprende. Acaba de recordar el sueño que tuvo la otra noche -. Sí, Alberto. Recuerdo perfectamente nuestro beso en la discoteca. Y lo siento mucho. Siento haberte metido en esto. No… no fue mi intención… Surgió así, sin más… Y…



- Entonces, lo de librar los viernes…



- Sí, todo era mentira. Era para poder ir al psicólogo y que me ayudara con esto.



- ¿Sabes una cosa, Ángel? Yo también he estado pensando en aquel beso…,- Ángel le mira -. Pero no de la manera que piensas. Yo me refiero a que no sabía si lo recordabas o no, y, sobre todo poder hablarlo contigo, porque desde entonces no te podía mirar a los ojos. Ni a ti ni a Gloria. Y todo esto me está afectando más de lo que creía…,- Alberto se vuelve cabizbajo. Ángel le toma del mentón y le gira el rostro. Los ojos del madrileño comienzan a ponerse vidriosos.



- Cuéntame…,- le susurra Ángel.



- La otra noche… después de verte salir de allí… tuve un sueño… Traté de convencerme, al despertar, de que no era más que un sueño, y que todo aquello, todo lo que ha pasado…



- ¿A qué te refieres, Alberto?



- Tuve un… “accidente” con Gloria.



- ¿Accidente?



- Me afectó bastante todo esto y en el peor momento…,- Alberto agacha de nuevo la cabeza y se deja llevar por el desconsuelo.



- Comprendo…,- murmura su amigo, a quien termina por abrazar. Alberto le responde con otro abrazo y posa su cabeza en su hombro.



- Una cosa más, Ángel…,- responde Alberto tras calmarse -. ¿Sigues enamorado de mí?



- Alberto, no creo que sea el momento…,- Ángel dejaba ver su incomodidad sobre aquella pregunta.



- Dime. ¿Sigues enamorado de mí, sí o no?



- Alberto, para eso voy al psicólogo, para quitarte de mi cabeza de una vez para siempre. Esto que siento por ti no nos hace ningún bien a los dos.



Pero Alberto le toma el rostro entre sus manos y le besa profundamente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

CAPITULO 68

- ¿Cómo que lo dejas… para siempre?,- Alberto estaba helado -. No puedes dejarlo. ¡Eres el alma del programa!



- Por favor, déjalo. Acabo de tener la misma conversación con Dani y… mira cómo hemos terminado.



- Pero, ¿por qué lo dejas?



- No… no lo voy a contar. Es algo muy personal. Compréndelo.



De repente, Alberto siente cómo le golpea un recuerdo.



- ¿Tiene que ver con librar los viernes?



- ¿Cómo?,- Ángel le mira extrañado.



- Verás… Este viernes Gloria y yo aprovechamos para salir a dar un paseo… y me pareció ver que… Bueno, no creo que sea verdad, pero te lo digo para salir de dudas…



- Alberto…



- Digo que me pareció verte salir de un edificio… Pero no creo que fueras tú, porque estabas en Barcelona…



- Alberto, no sigas por ahí,- Ángel se aleja de él, con cierto enojo.



- Ángel, dímelo. ¿Eras o no eras tú?



- No quiero discutir tampoco contigo, ¿vale?,- el tono de voz de Ángel se endurecía por momentos.



- Pero Ángel…,- Ángel se vuelve hacia él. Avanza decidido, crepitando su puño. Se queda unos segundos mirando fijamente a Alberto. Su mirada echaba chispas y comenzaba a inyectarse en sangre. Entonces Ángel se da la vuelta y sale apresuradamente del despacho. Alberto, tras unos instantes inmóvil, le sigue hasta llegar a los aseos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

CAPITULO 67

Y volvió el inicio de la semana. Volvió el lunes, un lunes que Alberto desea que no llegara nunca… pero que ansiaba que llegara ya. No quería que llegara porque se tendría que encontrar con Ángel, pero quería que llegara cuanto antes para poder hablar con él. Inconscientemente, hacía lento su paso a medida que se acercaba a la puerta principal del edificio. Sabía que Ángel ya estaba dentro, porque vio el coche en el aparcamiento. Su corazón, desde ese instante, comenzó un alocado galope tratando de salir de su pecho. Por cada paso que daba, su corazón se agitaba más y más. Finalmente llegó a la sala. Sin saber por qué, empezó a rezar para no encontrarse con Ángel, pero un alboroto le llama la atención. Provenía del despacho de Ángel y Dani. Y ahí estaban los dos. Se podía apreciar, tanto por los inmensos vidrios que los emparedaban como por las voces que estaban discutiendo muy acaloradamente.



- ¿Qué les pasa?,- pregunta Alberto a Galindo.



- No lo sé. Llevan desde que han llegado así. Ha sido entrar los dos y comenzar a discutir. Nunca antes le había visto así,- Alberto avanzó hacia la puerta, pero Galindo le detiene -. ¿A dónde vas?



- A saber qué les pasa.



- Es mejor no meterse.



- Pero parece que vayan a matarse.



- Mejor que se maten entre ellos a que maten a uno de nosotros por meterse. Además, llevan un rato discutiendo en catalán, y cuando los dos comienzan a hablar en catalán…



Alberto no hace caso de la advertencia y llega hasta la puerta. Justo en ese momento, sale Dani, visiblemente enojado.



- Alberto, háblale tú, que a mí no me quiere hacer caso,- y se aleja farfullando catalanismos malsonantes. Alberto se le queda mirando perplejo. Cuando ve que Dani desaparece tras doblar una esquina, se vuelve a la puerta para, tras unos instantes pensativo e inmóvil, entrar en el despacho.



- ¿Á…Ángel…?,- la voz de Alberto apenas tenía fuerza para salir de su garganta. Ángel estaba de espaldas a él, mirando por la ventana, y apoyado en ella. Alberto avanzaba temeroso. Ángel no se movía -. ¿Ángel…?,- Ángel vuelve el rostro. Estaba llorando -. ¿Qué ha pasado? Se os oía por toda la redacción,- Ángel responde volviéndose de nuevo hacia la ventana. Alberto cierra la puerta y acude al lado de Ángel. Seguía sollozando, mirando a través del cristal. Alberto posa su mano en la espalda de su amigo.



- Alberto… Dejo el programa.



- ¿Otra vez? Quiero decir, ¿ahora lo dejas los lunes o los jueves?



- No,- Ángel le mira a los ojos -. Lo dejo para siempre.


martes, 13 de septiembre de 2011

CAPITULO 66

Alberto se levantó de la cama. Tenía el cuerpo envuelto en sudor. Su jadeante y entrecortada respiración y el haberse incorporado tan repentinamente le hizo ver aquella habitación moverse. Alberto ocultó su rostro entre sus rodillas.



- No ha sido más que una pesadilla…,- trataba de calmarse a sí mismo.



Mira a su lado. Allí dormía plácidamente, sin ser consciente de lo que ocurría. Tenía un rostro tan angelical… Alberto le ve. Sonríe amargamente. Una lágrima se camufla entre las perlas de sudor que salpicaba toda su piel.



- Gloria…,- murmura mientras le retira el flequillo.



Alberto se levanta, sigilosamente, y se retira al baño. Abre el grifo y se refresca el rostro. Tras ello, se apoya en el lavabo, se mira en el espejo y se seca con la toalla.



- Ha sido sólo un sueño, una pesadilla,- se decía a sí mismo -. No ha sido real… Pero lo parecía…,-  vuelve a mirarse fijamente en el reflejo -. Alberto, olvídate de ello. Que no te altere. Sólo puedes librarte de este cargo de conciencia si hablas con Ángel… pero tengo miedo… ¿Miedo de qué? Ángel, desde el primer día, ha demostrado ser un tío de puta madre, alguien en quien confiar… Pero, ¿y si se enfada? ¿Y si no quiere hablar de ello? ¿Y si no se acuerda?... ¿Y si sí se acuerda? ¡Tienes que hablar con él sí o sí! ¡Fuera miedos! ¡Fuera preocupaciones! El lunes, a primera hora, hablas con él y ya. Después… que sea lo que Dios quiera.



Tras mirarse un breve momento en el espejo, como si su propia mirada le diera la fuerza y coraje necesarios, se vuelve al cuarto.



- ¿Estás bien?



Aquella somnolienta voz le dio un vuelco al corazón. Alberto se había metido en la cama con el mayor cuidado del mundo, pero fue en vano.



- ¿Estás bien?



- Sí, sí… Estoy bien…,- tartamudea Alberto, sin darse la vuelta. Entonces nota cómo Gloria le abraza por la cintura. Le besa en la mejilla.



- Estarás bien, pero no puedes dormir, ¿verdad?,- le susurra mientras juguetea con su dedo en la oreja de Alberto -. Yo ahora tampoco -. Alberto se vuelve. La ve sonreír. Alberto también sonríe al descubrir las intenciones de su amante. Y terminan envolviéndose en un impetuoso huracán de pasión.

sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPITULO 65

- Án… Ángel…,- tartamudea Alberto -. No creo que…,- Ángel les chista mientras sella con su dedo los labios de su amigo. Ángel sonríe con cierto halo de misterio y maldad. Alberto sigue con el temor aferrado a sus huesos -. Pero…



- Alberto. Calla. Tan sólo calla,- le susurra mientras le obliga a tumbarse en la cama poniéndose encima y paralizándole con su peso.



Alberto se dejaba hacer. El miedo que comenzaba a tener le conquistaba. Aunque la mirada tan pacificadora de Ángel le hacía evadirse a un universo plácido y relajante. Alberto cerró entonces los ojos, dejándose llevar por el cosquilleo que le provocaba la incipiente barba de Ángel en su cuello. Cómo, sin darse cuenta, Ángel logró quitarle la camisa y pasaba sus ásperas manos por su suave pecho. Alberto, sin ser consciente, se aferró a la camisa de Ángel con una fuerza proporcional a la cantidad de sensaciones que descubría. Tras unos instantes eternos, Alberto oyó un sonido metálico característico. Al bajar sus manos, descubrió el áspero tacto de los muslos de Ángel, asiéndose a ellos con fuerza mientras Ángel creaba un camino a través del cuerpo del joven con la única guía de su boca. Poco después, Alberto notó un hormigueo mientras Ángel se recreaba en su ombligo. De nuevo aquel lento rasgueo metálico.



- No Ángel…,- susurraba Alberto, dejando que una lágrima saliera de sus cerrados ojos -. Por favor…



Recibe la callada por respuesta. Alberto notaba cómo su hombría, tras crecer en todo su esplendor, pasaba a esconderse en la garganta de Ángel. Alberto seguía negándose, pero algo le impedía acabar con aquello. Tras varios minutos, Ángel le separa las piernas.



- Ángel, te lo suplico, no lo hagas…,- el sollozo le impedía vocalizar. Ángel nuevamente le chista calmadamente, se tumba sobre él para silenciarle con otro beso y logra finalmente fusionar sus dos cuerpos para formar un solo ente de carne, sudor y libido.



Cada envite de Ángel era acompañado por un sollozo jadeante de Alberto. Seguía sin saber por qué no podía impedir aquello. Un simple no, una simple palabra y todo acabaría, pero algo le impedía actuar. Ángel estaba cada vez más concentrado en su parte, sus vaivenes eran cada vez más intensos, las gotas de sudor resbalaban por su desnudo cuerpo. Algunas gotas se descolgaban de sus cabellos para caer sobre el estómago de aquel muchacho que ya se había abandonado a sí mismo. El vigor de Ángel aumenta cada vez más, hasta desembocar en un estallido de éxtasis y placer.

martes, 6 de septiembre de 2011

CAPITULO 64

Alberto se encontraba frente a aquella puerta. No sabía muy bien por qué, pero ya estaba ahí. Miraba absorto aquel timbre, sin atreverse a llamar.



- ¿Por qué estoy haciendo esto?,- pensaba para sí -. Yo no debería estar aquí. Ahora tendría que estar en casa, disfrutando de la tarde, junto con Gloria.



Pero sus pensamientos son interrumpidos cuando aquella puerta se abre. Alberto da un respingo. Mira fijamente y sorprendido a la puerta.



- ¡Alberto!



- ¡A…Ángel!



- ¿Qué haces aquí?,- Ángel estaba igualmente sorprendido que su amigo.



- Pues… nada. No hacía nada…



Ángel le mira a los ojos fijamente, como tratando de leer en ellos sus pensamientos.



- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?



- N… no, no es nada…,- Alberto se da la vuelta. Cabizbajo, dispuesto a marcharse, pero Ángel le detiene, posando su mano en su hombro. Alberto se da la vuelta.



- ¿Quieres hablar?



- No pasa nada, Ángel. No es nada…



- Iba a salir, pero lo puedo dejar para otro día. ¿Subes?



Alberto accede a subir a la casa de Ángel. Éste, al entrar, deja su chaqueta en la percha de la entrada y entra en la cocina.



- ¿Quieres un café o una cerveza o…?



- No te molestes, Ángel. Si me voy a ir ya…



- ¿Ya? Pero, ¡si acabas de entrar!,- se vuelve a acercar a Alberto -. ¿Seguro que no te pasa nada?,- Alberto no contesta, tan sólo le mira unos segundos a los ojos para luego desviar la mirada a un lado -. Siéntate y dime de una vez lo que te pasa. ¿No somos amigos? Puedes contarme lo que sea,- Alberto seguía sin poder mirarle al rostro. Se le notaba tenso, nervioso -. Aunque… Aunque creo que lo puedo adivinar…,- aquellas palabras le pusieron más nervioso. Comenzaba a sudar -. Es normal, no te preocupes,- le responde Ángel, rodeándole con el brazo por los hombros y sonriendo -. Ya se te pasará. Yo también me suelo estresar en el programa. Por eso te pedí el favor de sustituirme los viernes.



- Ángel…,- murmura Alberto -. No es por eso…



- ¿Entonces?



Alberto consigue alzar el rostro.



- No me digas que no lo ves,- Ángel le mira extrañado y sorprendido. Alberto vuelve a bajar la mirada a su regazo -. He tratado de hablar contigo hoy, pero no me he atrevido. Quizá por miedo…



- ¿Miedo?



- Miedo de admitir que…,- Alberto se detiene en un sollozo.



- Dios mío, Alberto. Me estás asustando.



- Ángel. El viernes Gloria y yo aprovechamos la tarde para dar un paseo, y al llegar a una calle me pareció ver… aunque no estoy seguro… pero creí ver que… que tú…



- No sigas más,- responde Ángel, agacahndo igualmente la cabeza y dibujando una medio sonrisa -. Ya sé por dónde vas… Sí, era yo. Salía del psicólogo.



- ¿Por qué? ¿Te pasa algo?



- ¿Si me pasa algo? ¡Todo, Alberto! ¡Me pasa todo! Por eso te pedí sustituirme los viernes, para poder ir al loquero a ver si me puede sacar de mi maldita cabeza esta obsesión que siento.



- ¿Qué obsesión?,- Alberto le mira con cierto temor.



- Tú, Alberto. Tú eres mi obsesión. ¿Te acuerdas de nuestro beso en aquella noche a la salida de aquella discoteca? ¡Yo sí! ¡Y no puedo quitarme esa imagen de mi cabeza! No puedo olvidar ese sabor, ese dulzor de tus labios, Alberto. Y tampoco puedo quitarme de la mente el dolor que le estoy causando a Fátima. Por eso voy allí: para olvidarte de una vez por todas. Recordar ese beso no hace más que destrozarme por dentro… Aunque…



- ¿Aunque qué, Ángel?,- Alberto le mira con mayor temor.



- Puede que…,- Ángel murmura sus últimas palabras mientras se acerca lentamente al rostro de Alberto.

viernes, 2 de septiembre de 2011

CAPITULO 63


El sol cubría de naranjas y rojos el atardecer madrileño. La hojarasca otoñal engalanaba de agradable tristeza la calle. Una joven pareja planta cara a la fresca brisa que los acompaña. Las mejillas de ella se cubren de un rosáceo rubor. Él se quita galantemente su chaqueta y se la pone sobre los hombros de ella. Ella lo agradece con una tímida sonrisa.



- ¿Y tú?,- le pregunta -. Cogerás frío.



- No te preocupes. Si me resfrío, ya sé quién será mi enfermera,- y los dos sonríen tontamente.



Siguen paseando, cogidos de las manos. De repente, Alberto se detiene, hace volverse a Gloria, la abraza por la cintura y la acerca a su rostro, a pocos centímetros de su boca.



- ¿Qué haces?,- pregunta ella, sorprendida.



Alberto no contesta, tan sólo la mira fijamente a los ojos. Se acerca lentamente a sus labios. Gloria siente el cálido hálito de su acompañante. Alberto cierra los ojos. Gloria le imita. Ya notaba cómo rozaban sus labios con los suyos.



- ¿Alberto? ¿Alberto Casado?,- aquel grito despertó a Gloria. Veía a Alberto visiblemente decepcionado y enfadado.



- Perdona un segundo, Glo…,- le susurra mientras la suelta para volverse a un par de chicas que venían corriendo hacia ellos. Alberto, con una sonrisa tímida en el rostro, firma en varios cuadernos mientras las dos chicas ríen nerviosas.



- Gloria, perdona, de verdad…,- responde Alberto, cuando ya las dos muchachas han sido idas -. Comprende que ahora, cada vez que salga a la calle, va a pasar esto día sí y día también…,- Gloria no responde. Camina cabizbaja -. ¿Estás enfadada?



- No…,- murmura. Alberto se vuelve a detener, toma a Gloria nuevamente por la cintura y se acerca a su rostro.



- ¿Por dónde íbamos antes de que nos interrumpieran…? Ah, sí… Ya me acuerdo…,- y Alberto consigue finalmente sellar el momento con aquel esperado beso -. ¿Ya se te ha pasado el cabreo?,- murmura. Gloria dibuja una sonrisa en su rostro.



- Pues… no te creas,- responde Gloria -. Tendrás que pensar en algo mejor para que te perdone.- Gloria arquea una ceja. Alberto sonríe. Alberto vuelve a acercarse a su rostro, pero en el momento preciso del beso, se detiene y mira detrás de Gloria.



- No puede ser…