domingo, 28 de agosto de 2011

CAPITULO 62

Y llegó el día. Alberto llevaba tiempo deseando que llegara el momento. Pero también deseaba que no llegara. Cada vez que pasaba un día más, Alberto se ponía más nervioso, llegando a querer en alguna ocasión que se parara el tiempo. Pero era una oportunidad de oro. Se había mentalizado para ello, había buscado apoyo en todos sus conocidos. Y lo encontró.



Pero llegó el día. Estaba muy nervioso (pero no tenía por qué).



- Lo has hecho otras veces,- pensaba para sí -. Y salió bien. ¿Por qué te pones nervioso ahora?



La verdad es que durante los primeros minutos estaba realmente nervioso, pero a medida que avanzaba el tiempo, se relajaba cada vez más y por fin se soltó. Y salió todo muy bien.



Tras dos horas, su teléfono comenzó a sonar. Y la respuesta era siempre la misma.



- ¡Felicidades, Alberto! ¡Se nota que la cámara te quiere, y tú a ella!



Familia, amigos, Gloria… Todos se alegraban por él. Pero llegó la llamada más esperada y, a la vez, más temida.



Cuando Alberto, aún rodeado de sus compañeros en los estudios, alabando su labor de presentador los viernes, vio el nombre que salía en la pantalla de su teléfono, se quedó de piedra. Su rostro se relajó, cambiando de una sonrisa brillante a una mueca algo más sombría. Se quedó unos segundos mirando el teléfono.



- ¿Es que no lo vas a coger?,- le preguntan.



- ¿Eh…? S…sí… sí… Ahora lo cojo…



Alberto, sin poder apartar la mirada del teléfono, se excusa de sus compañeros y sale de la sala en busca de un lugar más íntimo. Su cabeza dudaba si contestar o no, pero su dedo decidió por él.



- ¿Sí…?



- ¡Alber, tío! ¡Creía que no lo ibas a coger!,- exclama una exultante voz al otro lado.



- Pues casí, casí…,- piensa Alberto, pero respode de otra manera -. ¡Ángel! ¿Qué tal tu primer viernes libre?



- Pues, la verdad, es que bien. Muy bien. Lo necesitaba como agua de mayo. ¿Y el tuyo? ¿Qué tal tu primer viernes de presentador?



- Con nervios, la verdad…,- responde Alberto, algo vergonzoso.



- ¿Nervioso? ¡Venga ya!,- ríe Ángel -. Si ya estuviste todo el verano pasado.



- Lo sé, pero esto… No sé… Lo veo como algo diferente… Y sé que es lo mismo que en verano, pero, no sé…



- Claro que no es lo mismo. En verano estabas todos los días, y ahora sólo una vez a la semana.



- Ya, ya, ya…,- murmura Alberto -. Oye Ángel, ¿y cómo me has visto?



- Pues muy bien, en serio. Te conozco desde hace tiempo y ya puedo decir que eres mi sucesor natural,- ríe.



- Ahora sólo queda saber la audiencia…



- Mira Alber,- el tono de voz delataba un Ángel serio -. Si durante todo este tiempo que llevamos de programa ninguno de nosotros hacíamos caso de la audiencia, tú tampoco.



- No le hacíais caso porque siempre habéis tenido buena audiencia.



- No siempre. Así que, hagas un 2 o un 20, tú tranquilo. Que no te afecte. Bueno, que sí te afecte. Si hacemos poca audiencia, eso nos anima a mejorar. Si hiciéramos mucha audiencia, acabaríamos por dormirnos en los laureles y el programa ya no gustaría como antes. Así que tú no le des importancia a eso. Si estás a gusto y te divierte, sigue.

martes, 23 de agosto de 2011

CAPITULO 61


Alberto abrazaba fuertemente a una desconsolada Fátima, conquistada por la tristeza e invadida por cientos de lágrimas que nacían de sus apenados ojos. La camisa se le pegaba al pecho por la humedad del rostro de ella. Pero Alberto no prestaba atención a nada de esto. Estaba sumido en sus pensamientos.



- ¿Debo o no debo?,- se preguntaba mentalmente a sí mismo -. Por culpa de mi ambigua conversación con Gloria, todas creen que el amante de Ángel es Dani, cuando en realidad… Debería contárselo y así hacerlas ver que se equivocan, pero, por otro lado, a Gloria la haría pedazos. ¿Debo o no debo contarlo?



- Perdona…,- el murmullo de su amiga le hace volver a la realidad -. Te he dejado la camisa perdida…,- le limpia el rostro con sus manos. No levanta la vista del suelo -. Será mejor que me vaya ya, no quiero molestaros. Y tampoco quiero que Ángel me vea…



- Fátima,- Alberto la retiene -. A mí no me molestas. ¿No quieres quedarte un rato más?



- Alberto… yo…,- Fátima trata de escapar, pero es inútil.



- Procuraremos que Ángel no sepa de ti, pero, a cambio, quiero que hables conmigo. Suéltalo todo. Necesitas hablarlo con alguien. No te lo puedes quedar dentro.



- Ya lo hablé con Gloria y Tamara en su momento…



- Pero, ¿y lo que acabas de descubrir por ti misma?



Fátima logra alzar la mirada. Se encuentra con los cafeínos ojos de Alberto. No sabía por qué, pero empezó a sentirse mejor. Ahora comprendía por qué Gloria se enamoró de él.



- ¿Quieres que vayamos a un sitio más apartado para hablar?



Fátima niega con la cabeza.



- Estoy bien, Alber. Tan sólo que no me hacía a la idea de algo que todos imaginamos muchas veces, pero que sabíamos que era mentira. Qué equivocados estábamos.



- ¿Cómo?



- Dani y Ángel…,- Alberto creyó ver encenderse las mejillas de Fátima al tiempo que las lágrimas se transformaron en una tímida sonrisa.

jueves, 18 de agosto de 2011

CAPITULO 60


-… Y ahora te toca a ti: tienes mi corazón en tus manos. Puedes guardarlo en una cajita y ponerlo a salvo, o puedes apretarlo con todas tus fuerzas y rompérmelo. Tú decides.



Dani le miraba sin expresar el más mínimo ápice de empatía.



- No sé, Ángel… ¿No es muy directo?



- Yo me declaré a mi primera novia así.



- Pero es que…



- ¿Es que qué?



- ¿Y si me dice que no? ¿Y si se ríe de mí?



- ¿Reírse de ti?,- Ángel dibuja una socarrona sonrisa -. ¿Y qué diferencia habría?



- Cabró…,- murmura Dani, también con una tímida sonrisa en sus labios.



- Vamos a ver, Dani… ¿A ti te gusta esa chica?



- ¡Mucho!



- Pues es mejor que la hables así a como lo harías tú.



- ¿Y cómo crees que yo lo haría?,- pregunta Dani, en tono desafiante.



- ¿Qué cómo lo harías tú?,- Ángel remarca su pregunta levantando una ceja y medio sonriendo. Tras prepararse unos instantes, se aclara la garganta con un par de carraspeos y responde, imitando en voz, gestos y palabras a su amigo -. Hola rubia. Ya puedes dejar de buscar, porque al fin me has encontrado.



 Dani ríe



- ¡Yo no soy así!



- ¿Que no? ¿Recuerdas a tu anterior novia?



Dani no responde. Simplemente agacha la cabeza.



- Tampoco es que te pases de romántico, pero la cosa es seguir por esa línea. Que se sientan halagadas, pero no acosadas, así que nada de mandarla todos los días docenas de rosas. Quizá sí una rosa un día, y, al poco, otra, en plan “como no sé si te gustó la rosa que te regalé el otro día, te regalo otra flor”.



- ¿Y si es alérgica?



- Pues dila algo como “no sabía que fueras alérgica, es más, es inconcebible que algo tan perfecto pudiera tener algún defecto”.



Dani entonces toma la mano de su amigo y le hace meter un dedo en su café.



- ¿Qué haces?,- pregunta Ángel, totalmente descolocado.



- ¿Para qué echar azúcar si con un dedo tuyo ya tengo suficiente?



Ángel retira su mano casi de mala manera mientras su amigo ríe.



- No te pases, Dani.



- Ángel…,- murmura Dani, sonriendo. Su amigo le presta atención. Dani, en un arrebato típico de él, le espeta -: ¡Tómame!



Los dos ríen y se van.

domingo, 14 de agosto de 2011

CAPITULO 59


Fátima se sobresalta. Y ahí estaba él, asombrado.



- Así que no eran imaginaciones mías… Ciertamente estás aquí. Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras?



- Alberto…,- musita Fátima antes de volver a romper a llorar. Alberto se acerca a ella y la abraza.



Alberto se queda de piedra, sin poder reaccionar, pero termina abrazando a su amiga. Necesitaba desahogarse, y su hombro era el que más a mano tenía. No le importaba que le empapara su camisa con sus agrias lágrimas.



- Fátima… ¿qué te pasa?,- le susurra Alberto -. ¿Por qué estás aquí? Es por Ángel, ¿verdad?,- Fátima se separa y asiente entristecida -. ¿Por qué no lo olvidas ya? ¿No ves que cada vez te haces más daño a ti misma?



- Es que no puedo olvidarlo… Ángel se me ha clavado tan a fondo en mi alma…



- Sé que no soy quién para decirte esto, pero hay cientos… miles… ¡millones de tíos en el mundo! Parece difícil, pero seguro que hay, por lo menos, uno que sea mejor que Ángel. Sólo hay que buscar…



- Pero no puedo…



- Fátima. Creo que es mejor que vuelvas a casa. No es bueno que estés aquí. No sé cómo reaccionará Ángel si te viera…



- No te preocupes… Sólo he venido para cerciorarme…



- ¿Cerciorarte? ¿De qué?



- De que Ángel y Dani…



Alberto al principio no entiende lo que su amiga le acaba de decir, pero al momento recuerda la conversación que tuvo con Gloria. Él nunca lo dijo, sino que Gloria lo dijo. Ángel y Dani. Alberto se sentía entonces en la obligación de sacar a Fátima de su error, pero no podía. No sabía cómo iba a reaccionar Fátima. Seguro que si le dijera la verdad, le abofetearía y le diría mil barbaridades, o se quedaría de piedra, mirándole ojiplática, o, lo más probable, se lo diría a Gloria, y eso la destrozaría. No, Alberto sí que amaba profundamente a Gloria, y no quería dañarla con eso.



Fátima le toma del brazo y lo lleva a la esquina de la planta. Ángel y Dani ya no estaban.



- ¿Dónde me llevas?,- pregunta Alberto, saliendo de sus pensamientos.



- Hace un momento estaban aquí…,- murmura Fátima -. Hace un momento vi a Ángel y a Dani aquí mismo… ¡Y Ángel se le estaba declarando! ¡Es cierto, Alber! ¡Que lo oí bien nítido!



- Fátima… Creo que te estás dejando llevar demasiado por tu imaginación…



- ¡Pero es verdad! Ángel le estaba diciendo: “Te amo. ¿Me oyes? ¡Te amo! Desde el primer día que te vi, supe que mi destino sería pasar el resto de mi vida a tu lado. Y ahora me da igual que me digas que sí o que no, porque por fin he podido decírtelo después de tanto tiempo y ahora mi corazón ya se siente mejor. Y ahora te toca a ti: tienes mi corazón en tus manos. Puedes guardarlo en una cajita y ponerlo a salvo, o puedes apretarlo con todas tus fuerzas y rompérmelo. Tú decides”.

miércoles, 10 de agosto de 2011

CAPITULO 58


- Alber… Alberto…,- Ángel chasqueaba los dedos ante el rostro de su subordinado, dando finalmente una sonora palmada -. ¡Alberto!



Alberto, que había estado durante unos instantes como petrificado, reacciona.



- ¿Se puede saber qué te ha pasado? ¡Ni que hubieras visto un fantasma!



- ¿Eh? ¿Qué?,- Alberto trataba todavía de volver en sí -. Perdona Ángel, es que me pareció ver…,- vuelve a mirar por encima del hombro de Ángel.



- ¿Ver el qué?,- Ángel se vuelve y otea el lugar. Aún había mucha gente -. ¿Has podido ver algo entre tanta marea humana?,- ríe Ángel, volviendo a Alberto -. ¡Tienes una vista de lince, tío!,- le da una palmada en el hombro -. Bueno, lo dicho. Antes de empezar el programa hablaré con el director para decirle lo de librar yo el viernes y sustituirme tú y ya te diré si aceptan o no.



- Lo tendrás difícil…



- ¿Por?



- Hombre… Eres una de las estrellas del programa, y cualquier cosa que les pidas te la dan, pero esto…



- No te preocupes. Yo, aunque sea el Brad Pitt español, tengo superiores a los que obedecer, aunque no quiera… Como tú,- Alberto le mira. Ángel sonreía con cierta sorna -. Es una broma,- ríe -. Anda, sigue con lo que estabas haciendo



Alberto se acomoda en su silla y ojea los papeles que tiene encima de la mesa, mientras Ángel vuelve a su despacho, pero se detiene en el umbral y vuelve a salir.





- Ya está,- pensaba para sí -. Alberto me ha visto y seguro que se lo ha dicho a Ángel,- comenzaba a llorar -. Soy idiota. ¿Por qué habré venido? No tenía que estar aquí. Tendría que estar en casa haciendo mis cosas, pero no, tenía que venir aquí, ¡y a escondidas! Pensará que soy psicópata o algo peor…



Se había escondido en aquella esquina desde donde podía verlo todo, pero, con los nervios, salió corriendo. Corrió por todo el edificio. Ya no le importaba que le vieran. Sólo quería salir de allí, pero no pudo. Cuando se calmó, se sentó en un pequeño banco y se dejó llevar por los efectos de la adrenalina. Tras desahogarse unos instantes, se levanta y decide finalmente irse, pero tras otra esquina ve a aquellos dos hombres hablando junto a una máquina de café. Aquella planta que tenía delante le ayudaba a espiar.



- Tengo que contarte una cosa…,- Ángel miraba a Dani a los ojos -. No sé cómo te lo vas a tomar, pero tengo que decírtelo. Llevo mucho tiempo aguantándomelo, pero no lo soporto más. Si sigo así un día más… ¡estallaré! ¡Me volveré loco! Aunque ya lo estoy…,- le toma de los hombros -. Te amo. ¿Me oyes? ¡Te amo!,- Ángel recalcó la última frase -. Desde el primer día que te vi, supe que mi destino sería pasar el resto de mi vida a tu lado. Y ahora me da igual que me digas que sí o que no, porque por fin he podido decírtelo después de tanto tiempo y ahora mi corazón ya se siente mejor. Y ahora te toca a ti: tienes mi corazón en tus manos. Puedes guardarlo en una cajita y ponerlo a salvo, o puedes apretarlo con todas tus fuerzas y rompérmelo. Tú decides.



No soportaba viendo aquella escena más, las lágrimas comenzaban a invadir sus ojos y sentía cómo su corazón iba siendo apretado por una invisible y sádica mano para que dejara de latir. Así que salió corriendo de allí y se escondió a llorar en silencio.



- Era verdad,- lloraba -. Ángel está enamorado de Dani.



Pero una sombra se le acerca, interrumpiendo.



- ¿Fátima?

lunes, 8 de agosto de 2011

CAPITULO 57

Se encontraba ya ante la verja del edificio. No se atrevía a pasar, pero no porque no pudiera, porque podía entrar cuando quisiera, sino porque algo se lo impedía, algo invisible le obligaba a quedarse donde estaba. Y no era el guarda de seguridad que protegía la entrada. Ya se conocían y no le iba a impedir el paso, pero no quería que le reconocieran precisamente ahora. Era un buen momento para entrar rápidamente. Parece que el guarda de seguridad, dentro de la garita, está con la vista baja (leyendo o haciendo algún pasatiempo), pero cuando iba por fin a dar el primer paso, un movimiento brusco del guarda la paraliza durante un segundo, inundando su cuerpo de un sudor frío. Logra reaccionar y se esconde detrás de uno de los coches que había aparcados a su lado. El guarda sale de su cabina.



- Me ha pillado,- piensa mientras maldice el no tener el poder de empequeñecerse hasta algo microscópico.



Pero no, el guarda no se encamina hacia la entrada, sino que toma el camino contrario.



- Ahora sí que sí,- piensa mientras recorre su cuerpo en busca de valor y entra corriendo, pero a hurtadillas, al edificio.



Pensaba entrar por la puerta principal, pero era imposible, ya que la recepcionista la descubriría, por lo que decide entrar por la puerta de acceso al edificio que hay junto a la garita. Cuando llega, empuja la puerta.



- ¡Maldición!-, exclama para sí al comprobar que no puede entrar -. ¿Y ahora, por dónde entro?



Pero debe retirarse. Descubre que alguien se acerca de dentro del edificio hacia esa puerta. Como si hubiese descubierto que en su vida anterior fue un canguro, da un gran salto hasta esconderse entre unos matorrales cercanos. Dos jóvenes salen, hablando entre ellos. Cuando ya no hay peligro de que le descubran, sale de su escondite y se dirige de nuevo a la puerta. Con una sonrisa vergonzosa abre la puerta.



- Nunca me acuerdo que se abre hacia fuera.



Ya estaba dentro. Pareció haber pasado media vida mientras se colaba, pero sólo pasaron un par de minutos. Pero ahora venía lo más complicado: que nadie le viera. Podría ponerse detrás de uno de tantos cicus que invadían los pasillos, o dar la espalda, haciendo que está cogiendo agua o café de alguna máquina. Pero no le hizo falta, no se encontró con nadie.



Llegó hasta la planta que quería. Con el corazón galopando en su pecho como un potro desbocado, no se atreve a mirar. Pero lo hace, con miedo. Entre toda la gente que se agolpaba en aquel lugar, yendo y viniendo, oyéndose teclear fuertemente en los ordenadores cercanos, conversaciones entremezcladas, lo ve. A través del cristal que hacía las veces de pared de su despacho le ve. Estaba igualmente tecleando en su ordenador. Su compañero le imitaba, pero con la salvedad de que también le hablaba, a lo que él respondía riendo y asintiendo. De repente, ve cómo su compañero le agarra fuertemente del brazo mientras le habla calurosamente. Gesticulaba en exceso, con movimientos graciosos. Él le mira a los ojos mientras sigue riendo. Sin duda, le estaba contando algo divertido.



De repente, algo aparece, interponiéndose a esa escena. Se asusta y vuelve a su escondite, pero se calma un momento y vuelve a mirar. Era un joven que había aparecido de repente. El joven le había dado la espalda mientras se dirigía al despacho. Duda en llamar, pero tras pensarlo unos segundos, levanta el puño y golpea la puerta. Al momento, los dos ocupantes del despacho dejan de hablar y miran hacia la puerta. El joven abre la puerta, tímidamente, y asoma la cabeza. Al momento, él se levanta rápidamente de su silla al verle. Se acerca a él y le abre la puerta. Le saluda afectuosamente, pero el joven no se mueve de la puerta. Le habla en privado. El compañero del despacho vuelve a teclear en el ordenador. De repente, interrumpe al joven que acaba de entrar y se vuelve a su compañero, que seguía tecleando. Su compañero parece que se detiene a regañadientes por el suspiro que parece dar al dejarse caer sobre el respaldo de la silla. Se levanta de la silla y sale por la puerta, no sin antes decirle algo a su amigo cuando llega junto a él, y después al joven. Sale mientras su compañero cierra la puerta, sonriendo por el gesto amenazante que le hace al joven de señalarse los dedos y alternando con señalar, en la distancia, los del joven.



No se mueve de su escondite. La conversación que tiene con el joven alimenta su curiosidad. ¿Hablarán de…? De repente, ve cómo salta de alegría y abraza al joven con gran afectuosidad. Salen de la oficina. El joven se detiene. Mira fijamente hacia donde está. Se esconde.



- Me ha visto,- piensa para sí -. Esta vez sí que me ha visto.

viernes, 5 de agosto de 2011

CAPITULO 56

Al día siguiente, Alberto llega a los estudios. Después de hablarlo con Gloria, y buscando una segunda opinión por la noche con su almohada, ya había decidido cuál iba a ser su respuesta. Sus compañeros le saludaban, pero él apenas les prestaba atención. Iba con la idea fija que hablar con Ángel cuanto antes para darle su respuesta definitiva. Llega hasta la puerta del despacho de Ángel. Duda en llamar, pero tras pensarlo unos segundos, levanta el puño y golpea la puerta.



- ¡Adelante!,- oye responder de dentro.



Alberto abre la puerta, tímidamente, y asoma la cabeza.



- ¿Ángel…?



- ¡Hola, Alber!,- exclama Ángel, levantándose rápidamente de su silla al verle. Se acerca a él y le abre la puerta -. Pasa, pasa,- Alberto obedece -. ¿Qué quieres?



Alberto no se mueve de la puerta.



- Verás…,- le susurra -. He estado pensando en lo que me dijiste ayer y…



- ¿Ayer?,- Ángel, al principio, no comprende, pero al momento recuerda -. ¡Ah, lo de ayer!,- e indica a Alberto silencio -. Dani, ¿puedes dejarnos solos un momento?



- ¿Ahora?,- pregunta su amigo, que estaba en el despacho tecleando en el ordenador -. Es que estoy a mitad de un guión…



- Es sólo un momento.



- De acuerdo,- responde Dani, tras un sentido suspiro -. Así aprovecho para tomarme un café.- Se levanta de la silla y sale por la puerta -. Pero como el guión termine siendo una mierda, será todo culpa tuya,- y, volviéndose a Alberto -. Y tú, cuidadito con ponerle un dedo encima a mi Ángel, que yo no lo comparto con nadie -. Dani sale mientras Ángel cierra la puerta, sonriendo por el comentario de su amigo.



- Dime Alberto,- le invita a sentarse -. ¿Qué has pensado al final?



- Pues…,- Alberto había decidido decírselo sin más, en cuanto le viera, pero ahora le resultaba difícil. Al notar la vacilación del joven, Ángel cambia su sonrisa nerviosa por una mueca más sombría.



- No me digas más… No,- se da la vuelta, entre apesadumbrado y enojado.



- No, Ángel. Mi respuesta es sí. Acepto sustituirte los viernes,- Ángel se vuelve, rezumando alegría.



- ¡Gracias!,- le responde abrazándole -. ¡Muchísimas gracias!



- Comprendo el exceso de trabajo que tienes en estos momentos,- Alberto continúa explicándose, sin atender a las efusivas muestras de agradecimiento de su jefe -, y sé que esto te relajará algo, aunque sea yo ahora el que se estrese.



- Alberto, te lo agradezco enormemente. Cualquier cosa que necesites, puedes contar conmigo. En serio. Te debo la vida.



- Hombre… No creo que sea para tanto…



- Te lo digo en serio, Alber,- responde Ángel al tiempo que le abre la puerta del despacho.



- Bueno… Si me trajeras algo de Barcelona…,- Alberto dibuja una sonrisa en su rostro.



- ¡Eso está hecho, tío!,- ríe Ángel.



Alberto no oye la respuesta de Ángel. Algo le llama la atención al otro lado de la sala. Juraría que era…