viernes, 28 de octubre de 2011

CAPITULO 83

- ¿Alberto?

Aquella tímida voz les hace separarse repentinamente.

- Fátima…,- murmura Ángel al tiempo que se incorpora en la cama.

Fátima se acerca lenta y tímida hasta la cama, cabizbaja.

- Creo que será mejor que os deje solos…,- masculla Alberto al tiempo que se va del cuarto, sin poder mirar a Fátima a la cara. Antes de salir por la puerta, se vuelve a Ángel. Va a decirle algo, pero torna la mirada a Fátima y se va. Fátima y Ángel quedan solos. El frío casi glacial del silencio comenzó a reinar en esa habitación de hospital.

- ¿Has llorado?,- pregunta Ángel. Fátima le mira, sorprendida -. Tus ojos están rojos. ¿Has llorado por mí?,- Fátima baja el rostro -. No deberías. No tienes que llorar por mí. No te merezco.

- ¿Cómo que no?

- Desde que nos conocimos no he hecho más que herirte, dañarte. Es imposible que seamos felices los dos si nos hacemos esto. Si yo te hago esto. Siempre que intento hacer algo, pensando en ti, en hacerte feliz, consigo lo contrario, y eso me desespera…

- Ángel,- logra interrumpirle Fátima -, sé que estás con alguien, sé que lo nuestro ya no volverá, pero me he jurado a mí misma reconquistarte. Sé que va a ser difícil, pero volverás conmigo. Ya sé que tú ya no sientes nada por mí, pero dame tiempo…

- Fátima. Sí, lo nuestro ya no puede ser porque me he enamorado hasta la médula de alguien que… Bueno, es mejor que no lo sepas…

- Ya lo sé… Es Dani. Si es que… lo veía venir. Tantos años juntos, de amistad… Y esa temporada en que compartisteis piso y…

- Es Alberto,- responde Ángel, con la voz quebrada por las lágrimas a punto de salir de sus ojos.

- ¿Cómo?,- pregunta Fátima, sin comprender, tras unos momentos en silencio, mirándole fijamente.

- No estaba planeado. Para nada. Antes de nada quiero decirte que yo no soy gay. En serio. Pero surgió así, sin más. No pude hacer nada para evitarlo.- Fátima mueve los labios, tratando de hablar, pero no puede -. Todo empezó la noche una noche que salí con los chicos, después de que conocierais a David. Salí con él y con Alberto, y el alcohol hizo que yo… Bueno, que… nos besáramos... Y desde entonces me he sentido mal, muy mal. Por mí. Por él. Por ti. Porque te he querido desde el primero momento en que te vi. Me enamoré de ti, pero aquella noche el alcohol me hizo ver de otra forma a Alberto. Y no llores más por mí, no me lo merezco, ya es suficiente penitencia el vivir con este choque de sentimientos dentro de mí. Vete, déjame, olvídate de mí. Hay millones de hombres ahí fuera mejores que yo.

Fátima se abalanza sobre Ángel, tomándole fuertemente del brazo mientras las lágrimas la dificultaban el habla.

- No, Ángel. Yo sólo te amo a ti. Y pongo a Dios por testigo de que lucharé hasta la muerte por conquistarte.

- Fátima…

- Hasta la muerte,- repite Fátima, entre dientes, con los ojos muy abiertos. Ángel la ve y tras unos segundos la abraza fraternalmente, respondiendo ella de igual manera.

- Ángel,- responde Fátima, ahogando su voz en el torso de él -. Elige: él o yo.

domingo, 23 de octubre de 2011

CAPITULO 82

- Ángel…

Ángel a duras penas logra abrir los ojos. La tenue luz del cuarto le cegaba. Una silueta resaltaba entre aquella deslumbradora luminosidad. Aquella voz…

- ¿Ángel? ¿Estás despierto?,- aquella voz denotaba un asombro incrédulo.

Aquella figura le toma del rostro con fuerza. Ángel sigue tratando de enfocar su vista, mientras continúa tomar conciencia de lo que está pasando.

- ¡Ángel! ¿Me oyes?

- Pues claro que te oigo. No hace falta que me grites al oído,- una pequeña risa seguida de un fuerte abrazo le hace despejarse -. ¿Qué ha pasado?

- No me digas que no lo recuerdas.

- Lo último que recuerdo es…,- el rostro de Ángel palidece. Se mira las muñecas, vendadas.

- ¿Por qué lo hiciste?,- aquella voz sonaba demasiado serena.

- Lo siento…,- masculla Ángel -. Siento haberte estropeado tu día, Alber. No sé por qué… Pero tú estabas allí, conmigo.

- No, yo estaba en el hotel.

- ¡Yo te vi! Pero luego… desapareciste… en un abrir y cerrar de ojos… literalmente,- durante el siguiente silencio, Ángel comprendió -. No, no estabas… Cierto… Fue mi mente, que me jugó una mala pasada… en mi último suspiro…

- Fátima fue a casa. Vio la luz encendida del baño. Llamó a la puerta pero no recibió respuesta. Entró y te vio… sumergido en un baño de tu propia sangre, saliendo de tus muñecas…

- Perdóname Alber. Perdonadme todos. Llevo un tiempo que no sé qué hago…

- Perdóname tú a mí.

- ¿Por qué?

- Por haberme conocido. Si yo no hubiera trabajado con vosotros, nada de esto habría pasado. Sí, Ángel, sé por qué lo has hecho. Por mí. Y no soporto verte sufrir de esta manera. Será mejor que me aleje de ti para siempre. Sé que será doloroso, para ti, pero es lo mejor. Si no estoy cerca de ti, me olvidarás y podrás seguir con tu vida.

- No, Alber. No te vayas. Te necesito cerca.

- Pero Ángel…

- No podré superar esto sin tu ayuda.

Sus ojos se encuentran. La vidriosidad de sus pupilas brilla tristemente. El silencio se apodera de aquel cuarto. Alberto se acerca poco a poco al rostro de su amigo, sus labios avanzan para encontrarse…

miércoles, 19 de octubre de 2011

CAPITULO 81

Silencio. Silencio y oscuridad. Cualquiera se habría deprimido al verse rodeado de todo aquello, pero él no. Él se sentía diferente, se sentía… bien. Estaba relajado. No había nada que alterara su mente. Estaba tranquilo. Extrañamente tranquilo. Durante unos instantes nada alteraba su ser, hasta que una cara apareció en sus recuerdos.

- Alberto…

Al momento se unió otro rostro.

- Fátima…

Comenzó a agobiarse, a desesperarse.

- ¡Oh, Dios! Pero, ¿qué he hecho? ¿Qué he hecho?

Aquella calma que sintió al principio se desvaneció como si fuera humo y su ser comenzó a ser invadido por una angustia mortal.

- No soy más que un idiota. Un gilipollas. Todo lo que hago es una mierda. Intento hacerlo todo lo mejor que puedo, pero acabo jodiéndolo todo. Todo lo hago en favor de la gente, pero en realidad es en mi propio favor. Soy un egoísta, un puto egoísta. Y me merezco vivir el resto de la eternidad devorado por este remordimiento.

De repente, nota una leve presión en su mano.

- Ya está. Ya está hecho. Me llevan al Infierno, aunque ni el más terrorífico Averno podrá jamás igualarse a este sentimiento que tengo.

- Ángel…,- resuena una voz en el eco del vacío.

- No me merezco llamarme así. No soy más que un ángel destructor…

- Ángel…

Una caricia en su rostro. Un pequeño destello de luz haciéndose paso entre la penumbra, acercándose poco a poco a él…

miércoles, 12 de octubre de 2011

CAPITULO 80

- ¿Qué haces aquí?,- murmura Ángel.

- Vengo porque estaba preocupado por ti.

- Vete,- responde, volviendo el rostro -. No deberías ver esto. No deberías verme así.

Pero no se iba. Es más, se acercaba a él. Se arrodilla a su lado, toma su brazo y lo saca del agua. Al momento lo vuelve a sumergir.

- ¿Por qué lo has hecho?,- le pregunta, apático.

- Alberto, lo he hecho por ti. Por ti y por mí. Por los dos. Porque no consigo sacarte de mi cabeza, de mis pensamiento ni de mi vida. Desde que entraste en mi vida, mi mundo cambió por completo. Me hiciste ver más allá, me hiciste sentir en un plano superior. Alberto, en mi vida hay un antes y un después desde que te conocí.

- ¿Y por qué te haces esto, Ángel?

- Porque no puedo vivir con este choque de emociones. Esto rompe por completo todos mis principios. Entiéndeme Alber, yo no soy gay. No lo soy. Pero ha sido conocerte y nacer en mí este sentimiento que… que… No puedo describirlo. Tan sólo que es algo que nunca antes había sentido con nadie.

- ¿Y Fátima?

Al oír su nombre, Ángel se derrumba.

- Fátima…,- murmura sollozante -. Pobre Fátima…,- mira el agua, cada vez más oscurecido -. No se merece esto que la estoy haciendo. No me merece. Desde que me conoció todo en su vida ha sido dolor y más dolor. Es verdad que al principio me gustaba. Es una chica muy guapa, inteligente, un encanto de mujer. Pero yo… yo soy un maldito idiota que no hace más que lastimarla con todo lo que hago.- Ángel se calla durante unos segundos, segundos en los cuales levanta, pesadamente, uno de sus brazos y se mira la muñeca. Al momento, abre los ojos de par en par. Se vuelve a Alberto, asustado -. ¡Alberto! ¡Joder, tío! ¡Ayúdame!

- Tranquilo,- le responde Alberto mientras le pone las manos en los hombros.

- Joder, ¿qué he hecho? ¡Llama a una ambulancia!

- No te alteres,- le responde pacíficamente mientras pasa su mano por sus párpados.

- ¿Que no me altere? ¡Me estoy desangrando! ¡Llama a alguien!

- No puedo.

- ¿Cómo… cómo que no… puedes?,- el desvanecimiento le vence.

- Porque realmente yo no estoy aquí.

- ¿Cómo… dices…?,- Ángel cierra los párpados pesadamente. Apenas tiene fuerzas para abrirlos, para hablar -. ¿Qué… di…ces?,- las palabras cada vez son menos audibles. Alberto le chista mientras se inclina lentamente hacia su rostro. Ángel a duras penas mantiene los ojos abiertos. Sus labios están a punto de rozarse. Ángel por fin logra entreabrir uno de sus ojos. No hay nadie -. Alber…,- murmura antes de dejarse llevar por el cansancio.

sábado, 8 de octubre de 2011

CAPITULO 79

Ángel llevaba horas dando vueltas entre las cadenas de la televisión. A pesar de haber pasado varias veces por la cadena que emitía su serie favorita, no se paró a verla. Hastiado por ello, apaga la televisión y echa mano de su móvil. Lo observa durante unos instantes antes de conectarse a internet y entrar en su cuenta de twitter. Revisa los mensajes más recientes de sus amigos. Mira las menciones de sus seguidores. Sale de la cuenta. No le apetecía hacer nada. Ángel mira su reloj de muñeca. Ya pasaba la medianoche.

- A estas horas ya estarán casados,- murmura.

Deja el móvil en la mesa, se levanta del sofá y se dirige al baño. Pone el tapón de la bañera y abre el grifo. Se queda inmóvil, mirando fijamente el grifo. Tenía una mirada entre apática y triste. Al momento reacciona. Se desnuda y se mete en la bañera.

- A ver si con un relajante baño caliente dejo de pensar en ello,- piensa Ángel mientras cierra los ojos y deja que el agua le comience a cubrir su cuerpo.

Cuando cierra los ojos, Ángel no puede evitar pensar en Alberto. En todo ese tiempo que ha trabajado con él, en aquellas noches que solían ir de bar en bar. En el beso. En la boda. Ángel frunce el entrecejo, como si con ese gesto pudiera vaciar su mente de esas incómodas imágenes. Al cabo de un rato, ya sólo se oía el rumor del grifo abierto acallando la relajada respiración del cómico, respiración que a ratos quedaba ahogada por el vaho. Todo ese cúmulo de sonidos le llevó a un momento de duermevela. Llevaba tanto tiempo en aquel otro plano que no se dio cuenta de que la bañera estaba a punto de rebosar. Suena su móvil. Abre un ojo. Ve el nivel del agua a punto de tocar sus labios. Durante unos segundos no se movió, no hizo nada. Estaba tan bien en ese momento… A duras penas logra mover una pierna y cerrar el grifo.

- Me alegro de haber instalado grifos de palanca,- piensa -. Si llego a tenerlos de rueda…

Ángel vuelve el rostro. El espejo se había empañando pronto con el vaho. El móvil estaba al lado del espejo. Quería cogerlo, a pesar de que era un mensaje, pero se encontraba tan a gusto… Vuelve a cerrar los ojos. El sopor vuelve a conquistarle, esta vez de una forma más enérgica. Al cabo de un rato, otra vez esa musiquilla tan característica. Esta vez Ángel ni siquiera abre los ojos. Sabía perfectamente quién le estaba escribiendo, pero no querían contestarle. No le apetecía. Cualquier excusa que le pusiera sonaría falsa.

Casi sin darse cuenta, notó el agua tibia, pero el vaho seguía en el ambiente. Era una sensación extraña. Notaba el rostro cálido, pero el frío comenzaba a hacer mella en el resto de su cuerpo. De nuevo otro mensaje del móvil. Esta vez Ángel, a regañadientes, se levanta de la bañera y toma el teléfono. Tres mensajes de Alberto, todos con el mismo mensaje. “¡Ángel! ¿Dónde andas, tío? ¿Vienes al banquete o qué? Díme algo, no me tengas así!. Alber”.

- ¿No entiendes que no quiero saber nada de ti, al menos hoy?,- exclama Ángel, voz en alto, entre suplicante y enfadado. Entonces apaga el teléfono -. Tendría que haber hecho esto desde el principio. Si no quiero saber de nadie, ¿por qué tengo el móvil encendido?

Ángel siente un escalofrío. Ha pasado demasiado tiempo en la bañera. Mira el reloj. Ya eran más de las tres de la madrugada. Lleva varias horas metido. Ángel se sorprende.

- ¡Si sólo he estado unos minutos!

Lo que no sabe es que esos minutos para él han sido realmente horas. Llegó a dormirse en verdad en la bañera, pero el aviso del mensaje le hacía volver en sí.

Ángel no puedo evitar volver a pensar en él. Cuando fue a dejar el móvil en su lugar, se quedó inmóvil, mirando el objeto que había al lado. Lo miraba fijamente. Una orgía de imágenes llenó su mente con ese objeto. Con pulso trémolo, lo toma para sí. Sigue sin apartar la mirada de él. Lentamente, se acerca de nuevo a la bañera. Por un instante, la observa. Descubre su propio reflejo, ondenate en la superficie líquida. Su pie entrando de nuevo en el agua la deshace abruptamente. Se sienta, observando detenidamente aquel objeto. Sus ojos comienzan a tornarse vidriosos. Acerca ese objeto a su muñeca. Se detiene unos segundos, los justos para cerrar los ojos y ayudar a salir de ellos una lágrima. Se recuesta. El agua se tinta poco a poco de un malva oscuro.

- Ya está hecho,- murmura -. Por fín dejaré de sufrir.

Pero la puerta del baño se abre.

miércoles, 5 de octubre de 2011

CAPITULO 78

Llevaban varios minutos mirando al techo, sin hablarse. Estaban incómodamente inmóviles en la cama. El traje de él descansaba perfectamente doblado en una silla, mientras el de ella permanecía colgado dentro del armario. Apenas probaron el champán que, a modo de detalle, dejó la dirección del hotel en su habitación.

- Alberto…,- el leve susurro de Gloria apenas era perceptible. Y menos aún lo fue la respuesta gutural de él -. Es nuestra noche de bodas…

- Ya…

- ¿No crees que deberíamos…?

- Ya, ya, ya…

- ¿Lo hacemos?,- Gloria le mira. Alberto la imita.

- ¿Quieres hacerlo?,- le pregunta, sorprendido.

- Es la noche de bodas. Hay que hacerlo, ¿no?

Alberto, aparatosamente, se pone encima de su ya esposa. Trata de cumplir con su papel esa noche, pero la falta de ganas no ayudaban nada. Ni a él ni a ella. No había pasión, no había compenetración, no había nada. La obligación le había quitado la magia al momento. Alberto se detiene al poco de comenzar y mira a Gloria a los ojos.

- Cariño, estoy notando que no te gusta. Será mejor que lo dejemos.

- ¡No, no!,- exclama ella -. Tú concéntrate en tu parte, que yo ya me encargaré de la mía…

- Pero no estás centrada en esto. Y yo tampoco…

- ¿Tampoco te apetece?

- ¿La verdad? Son las cinco de la madrugada y entre la boda, el banquete y el baile estoy reventado.

- ¿La verdad? Yo también.

Y los dos ríen.

- Oye… Una cosa…,- el ataque de risa apenas le dejaba respirar a Gloria -. ¿Tú sabes qué le ha pasado a Ángel? Dijo que vendría a la boda, pero no ha aparecido.

- Ni idea. Le llamé durante el banquete como cinco veces, y no me lo cogía. Tras dejarle varios mensajes, decidí pasar. Ya llamaría cuando viera los mensajes. Y ya tendrá sus motivos.

- Pues verás cuando me lo encuentre cara a cara. Lo voy a estrangular.

- ¡Gloria!

- ¡Es que es verdad, Alber! Él hizo todo lo posible para ayudarte en el trabajo, y tú se lo agradeces invitándole a la boda. Incluso le ofreces el puesto de padrino. Pero no se digna a responderte que no viene. Ni siquiera ha sido capaz de llamar con una tonta excusa. Eso no se hace. No, no y no.

- Ya te he dicho que tendrá sus motivos,- Alberto la besa entre palabra y palabra -. Y tranquilízate… ya verás… cómo… al final… le ha surgido… algún… imprevisto…

- Ya…- el enfado de Gloria se desvanecía en cada beso -. A todo esto, ¿cómo vamos a pagar todo esto? Yo sigo en la universidad y tú ya no estás en el programa. ¿Cómo se te ocurrió dejarlo?

- No te preocupes por el dinero. Si ya tengo un nuevo trabajo. Un amigo mío ha abierto hace poco un bar y la semana que viene empiezo de camarero. Sé que es un trabajo muy sacrificado, todo el tiempo de pie, yendo y viniendo, y que habrá momentos en que el bar se llene de gente, pero si eso no lo coges con ganas desde el principio… Y yo ya estoy contando las horas que me quedan para empezar.

- Pero no me has contestado… ¿Por qué lo has dejado? No me comentaste nada sobre ello. Me enteré como todos: cuando lo dijiste en el programa.

Alberto la mira a los ojos. No sabía cómo decirle la verdad de por qué dejó el programa. Fue la mayor tontería que había hecho hasta el momento, pero, ¿las cosas más importantes de la vida no son las más grandes tonterías? Ahí estaba él, casado con Gloria, ¿y no fue un arrebato el pedirla la mano en matrimonio? ¿No fue la más grande tontería que había hecho?

- ¿Y bien?,- le pregunta Gloria, seria -. ¿Por qué dejaste el programa?

Alberto entreabre la boca, tratando de que alguna palabra saliera de ella, pero el sonido del teléfono móvil le detiene. Un desconsolado llanto responde al otro lado.

lunes, 3 de octubre de 2011

CAPITULO 77

Gloria no paraba de admirar su reflejo en el espejo. Irradiaba felicidad por todo su cuerpo, felicidad que se ve interrumpida por unos leves golpes en la puerta cerrada.

- Adelante.

Apenas la puerta se entreabre un poco, Gloria grita de alegría y corre a abalanzarse por quien en ese momento entraba en el cuarto.

- ¡Tamara!

- ¡Cuidado, cuidado!,- exclama Tamara. Gloria se aparta asustada al tiempo que ve a su amiga llevarse las manos al vientre.

- Perdona…,- se excusa Gloria, sonrojada -. ¿Qué tal lo llevas?

- Bastante mejor que al principio. Ya sólo me quedan tres semanas.

Gloria se arrodilla y besa el abultado vientre de su amiga.

- ¿Y tú?,- pregunta Tamara -. ¿Qué tal estás?

- ¡Con los nervios a flor de piel!,- exclama histérica Gloria.

Tamara la mira detenidamente.

- Me recuerdas tanto a mí…,- responde soñadora -. Mi vestido no era tan pomposo, pero era igual de precioso.

- Me acuerdo, me acuerdo. Pensaba pedírtelo para mí, pero mi madre se puso tan pesada con que vistiera el suyo que…

- No pasa nada. Por eso te traigo esto,- y la coloca sobre su cabeza un translúcido velo que la ocultaba el rostro.

- Oh, Tamara… Gracias,- el tono de voz de Gloria temblaba.

- Me estoy acordando de la mía… Me pasé todo el día con los nervios aferrados a mis huesos. No paré de temblar en todo el día. Recuerdo cuando mi padré me llevó del brazo por la iglesia. Todo el mundo mirando… Me hicieron sentir como la chica más guapa del mundo…

- En verdad lo eras.

- Y David allá, al final, con su traje. Entre el chaqué, el chaleco, la corbata… No me digas que no estaba como para violarlo contra el altar mayor.

- ¡Tamara!,- exclama Gloria. Tamara ríe.

- La verdad es que el pobre estaba muy nervioso, y eso me hacía sentirme más nerviosa aún,- ríe Tamara -. ¿No me digas que no lo notaste? ¡Si el pobre no sabía qué hacer con sus manos!,- ríe de nuevo -. De todo lo demás no recuerdo nada, tan sólo la cara de David, tan serio… E incluso me atrevería a decir que estaba aterrado, fíjate. Sólo recuerdo que su pendiente y sus dientes al sonreír luchaban por ver cuál brillaba más,- sonríe Tamara tontamente -. Y luego, en mitad de la ceremonia, cuando era su turno de hacer los votos, se puso a cantar,- las mejillas de Tamara arden de pasión y vergüenza -. Pero me alegro, nos alegramos de haber dado ese paso. Y me alegro ahora de que lo des tú.

- Ya sólo queda Fátima.

- Si Fátima o Ángel no se atreven a dar este paso, me presento y les doy un empujón… o dos. ¡O los que hagan falta!,- Gloria ríe -. Es que no se pueden ser más sosos,- ríen las dos.

- Hablando de ellos,- Gloria retoma la conversación -. ¿Has visto a Ángel?

- Pues… no. No le he visto.

- Pues es raro. Porque Fátima sí que ha venido.

- Mujer… ¿Cómo iba a faltar ella?,- sonríe Tamara -. Pero le pregunté a Tamara y me dijo que Ángel no podía venir por cosas del trabajo y eso, pero que lo intentaría.

- ¿No la ha llamado aún?

- No. Y Fátima se está poniendo muy nerviosa. Le dijo que cualquier cosa la llamaría, pero ni un mensaje siquiera de si va o no a venir. Pero bueno, ésta es tu boda, así que esto que no te entristezca, ¿vale?

- A mí no, pero a Alberto le va a fastidiar bastante… Deseaba tanto que Ángel estuviera presente…

- Es verdad… Si no recuerdo mal, fue gracias a él por lo que os conocisteis.

- Sí. Gracias a Ángel, todas nosotras tenemos novios,- Tamara se mira el vientre de reojo -. Bueno, ahora maridos,- ríen las dos al tiempo que se abrazan. Pero otros pequeños golpes en la puerta las interrumpen.

- ¿Gloria?,- oyen preguntar desde el otro lado.

- ¡No entres! ¡No entres!,- exclaman las dos nerviosas. Gloria se tapa con las cortinas de la ventana al tiempo que Tamara intenta empujar la puerta para que no se abra.

- ¿Gloria? ¿Estás bien?

- Sí, Alberto. Está estupenda.

- Pues date prisa, que ya son y cuarto.

Tamara abre la puerta lo justo para asomar el rostro.

- Alberto, tú tranquilo. En un momento bajamos las dos.

Alberto estaba imponente con su traje de chaqué. Los puños de la camisa le ocultaban casi del todo las manos, lo que le daba un cierto aire cómico. Alberto trataba de ver algo a través de la rendija dejada por Tamara, pero la ventana donde se ocultaba Gloria estaba fuera de plano.

- ¿Seguro que estás bien, Glo? ¿No quieres que te ayude?

- Que no, que está estupendamente,- Tamara trataba por todos los medios de que se fuera -. Y vete ya, que da muy mala suerte ver a la novia antes de la boda.

- Bueno, vale… Pero dala esto,- le entrega algo a puño cerrado -. Dila simplemente que es de parte de mi madre,- y se va.

Tamara cierra la puerta y avanza hasta su amiga, que sale de detrás de las cortinas.

- ¿Se ha ido?

- Sí. Y me ha dicho que te dé esto de parte de su madre.- Gloria observa lo que su amiga la entrega. Al verlo, los ojos de Gloria chispean -. ¿Qué es?

- Es un pequeño colgante de su abuela,- murmura.

- ¿De su abuela?,- Tamara pregunta sin comprender -. ¡Ah! Su abuela… La que se murió la semana pasada.

- Sí.

Tamara toma el colgante y se lo pone a Gloria en el cuello.

- ¿Te has fijado que lleva un brillante azul?

- No, no me había fijado,- responde Gloria, mirando el colgante.

- Pues ya lo tienes todo: algo nuevo,- señala el traje -, algo viejo,- señala los pendientes que tenía Gloria en las orejas -, algo prestado,- señala el velo que la acababa de poner -, y algo azul,- señala el colgante -. Y ahora, vamos a ir las dos como dos campeonas a celebrar ya tu boda. Ya disfrutarás de la suite del hotel por la noche,- y remarca las últimas palabras arqueando las cejas mientras sonríe lascivamente.

sábado, 1 de octubre de 2011

CAPITULO 76

La puerta del dormitorio se abre. Ángel penetra en el sombrío cuarto, seguido por una sombra, que cierra la puerta tras sí.

- ¿Y bien?,- pregunta Ángel -. ¿De qué quieres hablar?

- Verás…,- responde una titubeante voz -. No sé cómo decirte esto…

- Alberto,- Ángel le toma por los hombros -. Cuéntamelo sin más. Pero sólo si es algo bueno,- Ángel cierra la frase con una sonrisa socarrona. Alberto le mira y sonríe tímidamente.

- No te preocupes, porque lo es… Ya sabes que me caso con Gloria.

- Sí. El mes que viene, ¿no?

- Sí. Y me preguntaba si… si tú…

- ¿Si iría a la boda? ¡Por supuesto! Siempre que Gloria esté de acuerdo en que vaya. Porque sé que es vuestra boda y, lo principal, es que acuda toda la familia.

- No, si… venir, vas a tener que venir sí o sí.

- ¿Cómo?

- Esto Gloria aún no lo sabe porque no he querido decirle nada hasta no haber hablado contigo.

- Pero, ¿qué es?

- Ángel. Me preguntaba si… te gustaría ser mi padrino.

Ángel se queda estático, como estatua. No sabe qué responder. La ilusión comenzaba a salir a borbotones de la mirada de Alberto.

- ¿Yo? ¿Padrino de tu boda? Pero, ¿no lo va a ser el padre de Gloria?

- Sí.

- Pues yo no soy quién para quitarle ese honor a un padre.

- Entonces, ¿no quieres?

- No es que no quiera, Alberto, lo que pasa es que los padres tienen ese honor de siempre. ¿Qué pensarías tú si tu hijo le pidiera a un amigo ser su padrino de boda en vez de a ti?

- Si son tan amigos como tú y yo…

- Olvídalo Alber. Me siento muy honrado por ello, pero no,- Ángel se adelanta hasta la puerta mientras Alberto se sienta, apesadumbrado, en la cama.

- Pero, irás a la boda.

- Por supuesto,- responde Ángel, en el vano de la puerta -. Y ahora, levanta de la cama y vamos al salón de nuevo.

Alberto sonríe, se levanta y sale de la habitación.

- Por cierto, Ángel,- se oye decir a Alberto -. ¿Qué vas a hacer ahora?

- Pues Castella me ha hablado de un proyecto que tiene muy buena pinta. Algo así como una especie de musical que…