martes, 20 de septiembre de 2011

CAPITULO 70

- Alberto,- responde Ángel, tranquilamente -. ¿Se puede saber qué haces?



Alberto se separa de la cara de Ángel, con los ojos cerrados, como si se avergonzase de lo que acababa de hacer.



- Ángel. Sé que has estado detrás de mí, no sé si desde el primer día que nos conocimos, pero sé que desde esos días empezó todo. Yo no soy como tú… Tengo novia, me voy a casar con ella, a ti te tengo un gran aprecio: eres mi jefe, mi compañero… Eres mi amigo… Mi hermano. Has hecho todo lo posible y lo imposible por hacerme llegar a donde estoy ahora. Después de pensarlo mucho, he decidido que tengo que corresponderte de alguna manera, y es ésta,- Alberto se quita la camisa.



- Alberto… No lo hagas, por favor.



Una tímida gota cae al suelo tras dejar un suave rastro de tristeza en la mejilla de Ángel.



- Ángel. Ahora mismo soy todo tuyo. Puedes hacerme lo que quieras. Todo lo que has estado imaginando y deseando desde el primer día te doy carta blanca para hacerlo. Tómame y olvidemos esto ya.



- Pero… ¿Y Gloria?



- No sabrá nada.



- Ya, pero… ¿y tú? Quiero decir, ¿no tendrás remordimientos? ¿No te notará cambiado a partir de ahora?



Alberto vuelve junto a Ángel para quitarle la camisa con cierta ansiedad y excitación. Ángel forcejea levemente, pero se deja hacer.



- Vamos Ángel…,- le susurra -. Esta es la única oportunidad en tu vida que tendrás para hacer esto.



Durante unos instantes se quedan los dos en silencio, mirándose a los ojos entre jadeos y palpitaciones. Ángel hace un par de amagos de querer besarle, pero apenas llega a rozarle los labios. Alberto quiere lanzarse, pero no es él, sino Ángel el que debe reaccionar. Él no le debe obligar. Finalmente, Ángel se agacha. Alberto cierra los ojos, haciéndose a la idea de lo que se estaba imaginando. Sube el rostro al cielo para que no se escapen las lágrimas que comenzaban a aflorar en sus ojos. Pero algo va mal… Su cintura sigue aprisionada por el pantalón, su masculinidad no se libera. Alberto mira al suelo. Ángel se levanta.



- Lo siento, Alberto…,- responde poniéndose de pie mientras se pone la camisa, que Alberto había tirado al suelo cuando se la quitó -. No… no puedo hacerlo… No debo…,- y sale del baño, cerrando la puerta tras él.



Alberto se queda inmóvil, dejando por fin que aquellos sentimientos retenidos salieran a la luz en forma de lágrimas.



- Por favor, Ángel…,- piensa para sí Alberto -. Vuelve… Abre la puerta y vuelve… Te doy diez segundos… Si de verdad estabas tan colado por mí, volverás antes de diez segundos…

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