martes, 6 de septiembre de 2011

CAPITULO 64

Alberto se encontraba frente a aquella puerta. No sabía muy bien por qué, pero ya estaba ahí. Miraba absorto aquel timbre, sin atreverse a llamar.



- ¿Por qué estoy haciendo esto?,- pensaba para sí -. Yo no debería estar aquí. Ahora tendría que estar en casa, disfrutando de la tarde, junto con Gloria.



Pero sus pensamientos son interrumpidos cuando aquella puerta se abre. Alberto da un respingo. Mira fijamente y sorprendido a la puerta.



- ¡Alberto!



- ¡A…Ángel!



- ¿Qué haces aquí?,- Ángel estaba igualmente sorprendido que su amigo.



- Pues… nada. No hacía nada…



Ángel le mira a los ojos fijamente, como tratando de leer en ellos sus pensamientos.



- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo?



- N… no, no es nada…,- Alberto se da la vuelta. Cabizbajo, dispuesto a marcharse, pero Ángel le detiene, posando su mano en su hombro. Alberto se da la vuelta.



- ¿Quieres hablar?



- No pasa nada, Ángel. No es nada…



- Iba a salir, pero lo puedo dejar para otro día. ¿Subes?



Alberto accede a subir a la casa de Ángel. Éste, al entrar, deja su chaqueta en la percha de la entrada y entra en la cocina.



- ¿Quieres un café o una cerveza o…?



- No te molestes, Ángel. Si me voy a ir ya…



- ¿Ya? Pero, ¡si acabas de entrar!,- se vuelve a acercar a Alberto -. ¿Seguro que no te pasa nada?,- Alberto no contesta, tan sólo le mira unos segundos a los ojos para luego desviar la mirada a un lado -. Siéntate y dime de una vez lo que te pasa. ¿No somos amigos? Puedes contarme lo que sea,- Alberto seguía sin poder mirarle al rostro. Se le notaba tenso, nervioso -. Aunque… Aunque creo que lo puedo adivinar…,- aquellas palabras le pusieron más nervioso. Comenzaba a sudar -. Es normal, no te preocupes,- le responde Ángel, rodeándole con el brazo por los hombros y sonriendo -. Ya se te pasará. Yo también me suelo estresar en el programa. Por eso te pedí el favor de sustituirme los viernes.



- Ángel…,- murmura Alberto -. No es por eso…



- ¿Entonces?



Alberto consigue alzar el rostro.



- No me digas que no lo ves,- Ángel le mira extrañado y sorprendido. Alberto vuelve a bajar la mirada a su regazo -. He tratado de hablar contigo hoy, pero no me he atrevido. Quizá por miedo…



- ¿Miedo?



- Miedo de admitir que…,- Alberto se detiene en un sollozo.



- Dios mío, Alberto. Me estás asustando.



- Ángel. El viernes Gloria y yo aprovechamos la tarde para dar un paseo, y al llegar a una calle me pareció ver… aunque no estoy seguro… pero creí ver que… que tú…



- No sigas más,- responde Ángel, agacahndo igualmente la cabeza y dibujando una medio sonrisa -. Ya sé por dónde vas… Sí, era yo. Salía del psicólogo.



- ¿Por qué? ¿Te pasa algo?



- ¿Si me pasa algo? ¡Todo, Alberto! ¡Me pasa todo! Por eso te pedí sustituirme los viernes, para poder ir al loquero a ver si me puede sacar de mi maldita cabeza esta obsesión que siento.



- ¿Qué obsesión?,- Alberto le mira con cierto temor.



- Tú, Alberto. Tú eres mi obsesión. ¿Te acuerdas de nuestro beso en aquella noche a la salida de aquella discoteca? ¡Yo sí! ¡Y no puedo quitarme esa imagen de mi cabeza! No puedo olvidar ese sabor, ese dulzor de tus labios, Alberto. Y tampoco puedo quitarme de la mente el dolor que le estoy causando a Fátima. Por eso voy allí: para olvidarte de una vez por todas. Recordar ese beso no hace más que destrozarme por dentro… Aunque…



- ¿Aunque qué, Ángel?,- Alberto le mira con mayor temor.



- Puede que…,- Ángel murmura sus últimas palabras mientras se acerca lentamente al rostro de Alberto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario