sábado, 10 de septiembre de 2011

CAPITULO 65

- Án… Ángel…,- tartamudea Alberto -. No creo que…,- Ángel les chista mientras sella con su dedo los labios de su amigo. Ángel sonríe con cierto halo de misterio y maldad. Alberto sigue con el temor aferrado a sus huesos -. Pero…



- Alberto. Calla. Tan sólo calla,- le susurra mientras le obliga a tumbarse en la cama poniéndose encima y paralizándole con su peso.



Alberto se dejaba hacer. El miedo que comenzaba a tener le conquistaba. Aunque la mirada tan pacificadora de Ángel le hacía evadirse a un universo plácido y relajante. Alberto cerró entonces los ojos, dejándose llevar por el cosquilleo que le provocaba la incipiente barba de Ángel en su cuello. Cómo, sin darse cuenta, Ángel logró quitarle la camisa y pasaba sus ásperas manos por su suave pecho. Alberto, sin ser consciente, se aferró a la camisa de Ángel con una fuerza proporcional a la cantidad de sensaciones que descubría. Tras unos instantes eternos, Alberto oyó un sonido metálico característico. Al bajar sus manos, descubrió el áspero tacto de los muslos de Ángel, asiéndose a ellos con fuerza mientras Ángel creaba un camino a través del cuerpo del joven con la única guía de su boca. Poco después, Alberto notó un hormigueo mientras Ángel se recreaba en su ombligo. De nuevo aquel lento rasgueo metálico.



- No Ángel…,- susurraba Alberto, dejando que una lágrima saliera de sus cerrados ojos -. Por favor…



Recibe la callada por respuesta. Alberto notaba cómo su hombría, tras crecer en todo su esplendor, pasaba a esconderse en la garganta de Ángel. Alberto seguía negándose, pero algo le impedía acabar con aquello. Tras varios minutos, Ángel le separa las piernas.



- Ángel, te lo suplico, no lo hagas…,- el sollozo le impedía vocalizar. Ángel nuevamente le chista calmadamente, se tumba sobre él para silenciarle con otro beso y logra finalmente fusionar sus dos cuerpos para formar un solo ente de carne, sudor y libido.



Cada envite de Ángel era acompañado por un sollozo jadeante de Alberto. Seguía sin saber por qué no podía impedir aquello. Un simple no, una simple palabra y todo acabaría, pero algo le impedía actuar. Ángel estaba cada vez más concentrado en su parte, sus vaivenes eran cada vez más intensos, las gotas de sudor resbalaban por su desnudo cuerpo. Algunas gotas se descolgaban de sus cabellos para caer sobre el estómago de aquel muchacho que ya se había abandonado a sí mismo. El vigor de Ángel aumenta cada vez más, hasta desembocar en un estallido de éxtasis y placer.

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