- ¡Alber!,- la sorpresa de Ángel fue mayúscula -. ¿Qué haces aquí?
Alberto consigue encontrar un poco de voluntad y entra en el despacho.
- Ángel. Tenemos que hablar.
- ¿Sobre qué?
- Sobre…,- le miraba a los ojos. No se atrevía -. Mis vacaciones. ¿No se suponía que este año no me correspondían? Además, nadie me avisó.
- Sí, tienes razón…,- Ángel cierra la puerta, cabizbajo. Indica a Alberto que se siente. Él hace lo mismo -. Perdona que no te avisara con tiempo. ¿No oíste el mensaje que te dejé?
Una bombilla se encendió dentro de la cabeza de Alberto.
- ¿Qué… qué mensaje?
- Uno que te dejé en el móvil la otra noche… No me acuerdo muy bien, pero juraría que te dejé un mensaje. Ay…, acabé tan borracho… Lo mismo lo soñé y todo. Perdona entonces, es que no sé cómo me llegó aquello a la cabeza, creí que lo hice de verdad y avisé a todo el equipo, y al no recibir respuesta tuya…
- Podrías haberme llamado de nuevo…
- Sí, tienes razón. Podría…
- Entonces, lo de la otra noche, ¿no te acuerdas de nada?
- Hasta cierto punto.
- ¿Hasta cierto punto?,- el corazón de Alberto dio un vuelco.
- Lo último que recuerdo es un pequeño grupo de fans que no nos dejaban a los tres solos ni echándoles aceite hirviendo,- hace una pequeña mueca sonriente. Alberto respira aliviado. Aquello fue mucho antes de… bueno, de “eso” -. El resto de la noche está muy confuso. Lo siguiente que recuerdo nítido es despertarme a la mañana siguiente en mi casa, con un dolor de cabeza enorme. Eso sí que lo recuerdo, que estuve tres horas largas en la cama, sin poder levantarme,- otra medio sonrisa.
- Pero, ¿cómo recuerdas el mensaje…?
- Ya te he dicho que el resto de la noche está muy confuso. Y que creo que lo soñé, pero veo que no. De todas maneras, cuando me emborracho, digo y hago muchas tonterías. No hagas caso. Ya lo sabes para la próxima. Pero, mira,- Ángel se adelanta hasta Alberto, le rodea con su brazo por los hombros y lo lleva hasta la puerta -, aprovecho para avisarte con tiempo. Cógete las vacaciones la semana que viene, ¿vale? Vete a la playa, a la montaña, ¡a donde quieras! Y llévate a Gloria contigo.
- Pero, ¿no te acuerdas de nada más de anoche?
Ángel niega.
- ¿Hice algo que deba acordarme?
Alberto se le queda mirando. El terror que describían los ojos del joven contrastaban con la inocencia de los del catalán.
- ¡No, no! No… Nada…
- Seguro que hice alguna tontada. Perdóname, pero tengo un mal vino,- se disculpa -. Ya te he dicho que cuando bebo mucho, hago muchas tonterías. Espero que no acabáramos en comisaría,- sonríe.
Ángel se despide de Alberto, volviendo al despacho. Alberto vuelve a su mesa, pensativo y sombrío.
- No fuimos a comisaría,- piensa -. Pero casi.
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