domingo, 5 de junio de 2011

CAPITULO 37

Ángel estaba tumbado en la cama. Fingía dormir. En realidad, llevaba toda la noche en vela. No conseguía coger el sueño. Había oído a Fátima sollozar a su lado. También la notó levantarse e irse de la habitación.



- Ángel,- se decía a sí mismo -. Eres un capullo, un gilipollas. No tienes perdón de Dios. ¿Cómo se te ocurre hacerle eso a Fátima? ¿Por qué la haces llorar? Una chica tan guapa y tan simpática no se merece pasar por esto. ¿Por qué lo haces?



Una musiquilla le hace volver a la realidad. Proviene del baño. Era el móvil de Fátima. Se lo había llevado al baño con ella. Seguro que ahora se lo estará contando a alguna de sus amigas. Y no la culpa. Él también lo habría hecho.



Mientras seguía inmerso en sus pensamientos, nota la puerta de la habitación abrirse. Al poco, el colchón de la cama se hunde. Estaba de espaldas, pero podía notar cómo la triste mirada de su chica se clavaba en su nuca. Sentía cómo esa mirada la dañaba en su alma, le partía el corazón y le hacía sentirse cada vez más pequeño.



- Venga, Ángel,- se decía a sí mismo -. Pregúntala. No seas cafre y hazla ver que la importas.



Ángel quería hablarla, volverse hacia ella para mirarla a los ojos, esos hermosos ojos azules, pero algo invisible le inmovilizaba, hasta que…



- Fátima…,- murmura, sin moverse. La voz le fallaba -. Fátima, ¿qué te pasa?



Fátima daba la callada por respuesta.



- ¿Fatima?



Fátima fingía dormir, dándole la espalda, pero las lágrimas que emanaban de sus ojos la desvelaban. De repente, nota cómo el brazo de Ángel la rodea la cintura. Aquel gesto la hizo derrumbarse más, dejando que su pareja confirmara la tristeza de la que era presa.



- Fátima,- la susurra al oído -. No sé por qué estás así, ni sé si soy yo el culpable o no. Tan sólo quiero que sepas que estoy contigo, que soy más que tu novio. Soy tu amigo. Si estás alegre, dímelo. Si estás cansada, dímelo. Si estás triste, por favor, dímelo. ¿Por qué estás así?



Fátima se da la vuelta. Sus tristes ojos se encuentran con la mirada penitente de Ángel. Fátima sólo la sostiene un par de segundos antes de estallar, abrazándose a él, dejando que sus lágrimas empapen el pecho de su compañero.

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