La puerta del dormitorio se abre. Ángel penetra en el sombrío cuarto, seguido por una sombra, que cierra la puerta tras sí.
- ¿Y bien?,- pregunta Ángel -. ¿De qué quieres hablar?
- Verás…,- responde una titubeante voz -. No sé cómo decirte esto…
- Alberto,- Ángel le toma por los hombros -. Cuéntamelo sin más. Pero sólo si es algo bueno,- Ángel cierra la frase con una sonrisa socarrona. Alberto le mira y sonríe tímidamente.
- No te preocupes, porque lo es… Ya sabes que me caso con Gloria.
- Sí. El mes que viene, ¿no?
- Sí. Y me preguntaba si… si tú…
- ¿Si iría a la boda? ¡Por supuesto! Siempre que Gloria esté de acuerdo en que vaya. Porque sé que es vuestra boda y, lo principal, es que acuda toda la familia.
- No, si… venir, vas a tener que venir sí o sí.
- ¿Cómo?
- Esto Gloria aún no lo sabe porque no he querido decirle nada hasta no haber hablado contigo.
- Pero, ¿qué es?
- Ángel. Me preguntaba si… te gustaría ser mi padrino.
Ángel se queda estático, como estatua. No sabe qué responder. La ilusión comenzaba a salir a borbotones de la mirada de Alberto.
- ¿Yo? ¿Padrino de tu boda? Pero, ¿no lo va a ser el padre de Gloria?
- Sí.
- Pues yo no soy quién para quitarle ese honor a un padre.
- Entonces, ¿no quieres?
- No es que no quiera, Alberto, lo que pasa es que los padres tienen ese honor de siempre. ¿Qué pensarías tú si tu hijo le pidiera a un amigo ser su padrino de boda en vez de a ti?
- Si son tan amigos como tú y yo…
- Olvídalo Alber. Me siento muy honrado por ello, pero no,- Ángel se adelanta hasta la puerta mientras Alberto se sienta, apesadumbrado, en la cama.
- Pero, irás a la boda.
- Por supuesto,- responde Ángel, en el vano de la puerta -. Y ahora, levanta de la cama y vamos al salón de nuevo.
Alberto sonríe, se levanta y sale de la habitación.
- Por cierto, Ángel,- se oye decir a Alberto -. ¿Qué vas a hacer ahora?
- Pues Castella me ha hablado de un proyecto que tiene muy buena pinta. Algo así como una especie de musical que…
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