miércoles, 5 de octubre de 2011

CAPITULO 78

Llevaban varios minutos mirando al techo, sin hablarse. Estaban incómodamente inmóviles en la cama. El traje de él descansaba perfectamente doblado en una silla, mientras el de ella permanecía colgado dentro del armario. Apenas probaron el champán que, a modo de detalle, dejó la dirección del hotel en su habitación.

- Alberto…,- el leve susurro de Gloria apenas era perceptible. Y menos aún lo fue la respuesta gutural de él -. Es nuestra noche de bodas…

- Ya…

- ¿No crees que deberíamos…?

- Ya, ya, ya…

- ¿Lo hacemos?,- Gloria le mira. Alberto la imita.

- ¿Quieres hacerlo?,- le pregunta, sorprendido.

- Es la noche de bodas. Hay que hacerlo, ¿no?

Alberto, aparatosamente, se pone encima de su ya esposa. Trata de cumplir con su papel esa noche, pero la falta de ganas no ayudaban nada. Ni a él ni a ella. No había pasión, no había compenetración, no había nada. La obligación le había quitado la magia al momento. Alberto se detiene al poco de comenzar y mira a Gloria a los ojos.

- Cariño, estoy notando que no te gusta. Será mejor que lo dejemos.

- ¡No, no!,- exclama ella -. Tú concéntrate en tu parte, que yo ya me encargaré de la mía…

- Pero no estás centrada en esto. Y yo tampoco…

- ¿Tampoco te apetece?

- ¿La verdad? Son las cinco de la madrugada y entre la boda, el banquete y el baile estoy reventado.

- ¿La verdad? Yo también.

Y los dos ríen.

- Oye… Una cosa…,- el ataque de risa apenas le dejaba respirar a Gloria -. ¿Tú sabes qué le ha pasado a Ángel? Dijo que vendría a la boda, pero no ha aparecido.

- Ni idea. Le llamé durante el banquete como cinco veces, y no me lo cogía. Tras dejarle varios mensajes, decidí pasar. Ya llamaría cuando viera los mensajes. Y ya tendrá sus motivos.

- Pues verás cuando me lo encuentre cara a cara. Lo voy a estrangular.

- ¡Gloria!

- ¡Es que es verdad, Alber! Él hizo todo lo posible para ayudarte en el trabajo, y tú se lo agradeces invitándole a la boda. Incluso le ofreces el puesto de padrino. Pero no se digna a responderte que no viene. Ni siquiera ha sido capaz de llamar con una tonta excusa. Eso no se hace. No, no y no.

- Ya te he dicho que tendrá sus motivos,- Alberto la besa entre palabra y palabra -. Y tranquilízate… ya verás… cómo… al final… le ha surgido… algún… imprevisto…

- Ya…- el enfado de Gloria se desvanecía en cada beso -. A todo esto, ¿cómo vamos a pagar todo esto? Yo sigo en la universidad y tú ya no estás en el programa. ¿Cómo se te ocurrió dejarlo?

- No te preocupes por el dinero. Si ya tengo un nuevo trabajo. Un amigo mío ha abierto hace poco un bar y la semana que viene empiezo de camarero. Sé que es un trabajo muy sacrificado, todo el tiempo de pie, yendo y viniendo, y que habrá momentos en que el bar se llene de gente, pero si eso no lo coges con ganas desde el principio… Y yo ya estoy contando las horas que me quedan para empezar.

- Pero no me has contestado… ¿Por qué lo has dejado? No me comentaste nada sobre ello. Me enteré como todos: cuando lo dijiste en el programa.

Alberto la mira a los ojos. No sabía cómo decirle la verdad de por qué dejó el programa. Fue la mayor tontería que había hecho hasta el momento, pero, ¿las cosas más importantes de la vida no son las más grandes tonterías? Ahí estaba él, casado con Gloria, ¿y no fue un arrebato el pedirla la mano en matrimonio? ¿No fue la más grande tontería que había hecho?

- ¿Y bien?,- le pregunta Gloria, seria -. ¿Por qué dejaste el programa?

Alberto entreabre la boca, tratando de que alguna palabra saliera de ella, pero el sonido del teléfono móvil le detiene. Un desconsolado llanto responde al otro lado.

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