lunes, 4 de abril de 2011

CAPITULO 8

Ángel se pasó todo el camino hablando con Alberto, pero él no le respondía de igual manera. Permaneció callado. Ángel le incitaba a que hablara, pero no lo conseguía. Entonces Ángel reduce la velocidad del automóvil y aparca. Se baja del coche. Alberto le mira sorprendido. Ángel le abre la puerta para que baje.

- Alber, baja,- le dice serio.

- Pero...

- Ya hemos llegado,- y le señala el local que estaba tras suyo. Alberto baja del coche y sigue a Ángel. Ángel abre la puerta y hace entrar a Alberto el primero. Éste queda absorto en el ambiente del lugar.

Era un bar, como cualquier otro, con su barra, sus camareros, su televisión de plasma retransmitiendo el partido de fútbol del día... Ángel sigue avanzando por el local. Increible que pasara desapercibido entre la muchedumbre agolpada en el bar. Parece ser que el partido era más interesante que él... O que los futboleros del local no eran seguidores del programa. Alberto le sigue hasta una puerta sobre la que había un humilde letrero que, con letra de imprenta, lucía orgulloso un “RESTAURANTE” en letras rojas sobre la oscura madera.

Al abrir la puerta, son recibidos por un pequeño galimatías de voces que, al momento, saludan al unísono a los recién llegados. Ángel saluda a algunos de sus compañeros, pero es Alberto el que se lleva los mayores elogios. Alberto, de nuevo invadido por la timidez, acepta las salutaciones. Ángel llama a Alberto y le señala un asiento libre a su lado. Alberto acude.

- Tu primer día y ya me has dejado la cabeza loca,- le dice Dani, sentado a su lado -. Primero que sí, luego que no...

- Perdona...,- le responde cohibido.

- No te preocupes,- le dice con una sonrisa -. Nadie tiene la culpa de que seas un indeciso... ¿O no?,- ríe -. Y espero que no nos hagas lo mismo con la cena. Que si quiero unas chuletillas, que mejor un escalope, que si me lo he pensado mejor y casi prefiero un bacalao...

- Dani,- le recrimina Ángel -. Deja al pobre muchacho, que ya ha tenido suficiente con lo de esta tarde...,- y, abrazando a Alberto por los hombros, le susurra -. Y tú tranquilo... No hagas caso. Cualquier cosa que te hagan estos locos, se lo dices al tío Ángel,- y coge el menú con una sonrisa.

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