miércoles, 6 de julio de 2011

CAPITULO 48

- Si,- responde Alberto en un hilo de voz. Una lágrima estaba a punto de brotar de sus ojos.



- No puede ser… ¡No me lo creo!,- Gloria, de repente, se tapa con la manta y comienza a patalear histérica.



- Gloria,- Alberto se vuelve y la abraza fuertemente -. Te juro que no sé cómo pudo pasar. No sé por qué Ángel… Lo siento, Gloria. Lo siento mucho. Por ti y por Fátima,- Alberto cierra la frase con unas lágrimas que empapan la sábana.



- ¿Qué hablas?,- le pregunta Gloria, contrariada, asomando su cabeza.



- Pues de que Ángel…,- Alberto se había calmado un poco, pero el rastro de su tristeza había dejado huella en su rostro. Pero no pudo seguir hablando. Los ojos de su amada le habían capturado como si de dos agujeros negros se tratasen, y él la luz. Trataba de salir, pero no podía. Y le gustaba. Le gustaba dejarse atrapar por esos dos ojos negros, tan brillantes como la luz, tan oscuros como las tinieblas -. Pero, ¿no estás triste?



- No,- sonríe Gloria.



- Como te has puesto a patalear de repente, como poseída…



- ¡Estaba pataleando de alegría! ¿No lo ves, tonto mío? ¡Dangel! ¡Emedós!,- Alberto no comprendía -. Esto le va a gustar a Fátima,- y se levanta para coger su móvil, pero Alberto la detiene.



- ¿Se puede saber de qué hablas?



- Ya sé, ya sé… Tampoco es él, pero… ¡por un momento he llegado a creérmelo!



- Pero, ¿el qué?



- ¡Que Ángel y Dani están liados! ¡Pero de verdad!,- y volvieron a salir pequeñas chispas de emoción de los ojos de Gloria -. ¿No me digas que en el programa no conocéis el Pangel o el Emedós?,- Alberto responde con una mueca negativa. Gloria ríe -. ¡Ay, mi niño, qué poco mundo conoces!

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