viernes, 8 de julio de 2011

CAPITULO 49

Alberto y Gloria pasaron el resto de las vacaciones como si de unos recién casados se tratase. Todo era risas, diversión y, sobre todo, mucho amor. No volvieron a sacar el tema de Ángel y Fátima, a pesar de la inicial insistencia de Gloria, pero Alberto supo esquivar el asunto hasta que a su chica se le olvidó. Y a él también.



Pero, como siempre ocurre, todo lo bueno se acaba. Llegó el último día de las vacaciones, y los dos estaban tristes y felices a la vez. Tristes porque ya se acababan las vacaciones, pero felices porque volverían con sus amigos. Alberto había preparado una noche por y para Gloria. La invitó a cenar a un restaurante a la orilla de la playa, con el mar resacoso escuchándose de fondo, una leve brisa marina que refrescaba el caluroso ambiente de la zona y con una brillante luna iluminando la playa. Pero la cena no fue como esperaban. Las comandas se retrasaban, el vino que pidieron estaba picado, y un ejército de molestos mosquitos no se separaba de ellos.



- Perdona por el desastre de antes,- comenta Alberto.



Como compensación a la “no-cena”, Alberto se llevó a Gloria a pasear por la orilla del mar. Iban cogidos de la mano, descalzos, con los zapatos en la mano. Los dos iban cabizbajos.



- Tranquilo,- responde Gloria -. Es muy difícil que todo salga como se planea. Si así fuese siempre, ¡qué vida más aburrida!, ¿no?



Gloria ríe. Alberto la mira y dibuja una medio sonrisa.



- Tienes razón,- responde Alberto, con cierta cohibición -. Yo tenía planeado no enamorarme, ¡mírame ahora! Si no te hubiera conocido, mi vida habría sido muy diferente. Habría sido… muy aburrida,- Gloria sonríe sonrojada mientras se abraza a él.



- Es preciosa,- comenta Gloria.



- ¿Quién?



- La luna. Llevo casi veinte años mirándola todas las noches y nunca antes me paré a observarla. Es realmente preciosa.



- Pero no más que tú,- responde Alberto, mirándola a los ojos.



- Eres tonto,- sonríe Gloria, bajando la mirada.



Alberto seguía mirando sus ojos. El reflejo de la luna los hacía brillar de un modo mágico, casi hipnótico. Para cualquiera, ese reflejo habría pasado desapercibido, pero para él era algo realmente hermoso. Podría ver el reflejo de la luna rielando sobre el mar, pero prefería descubrir ese satélite en la pupila de su amada. Entonces Alberto se para de repente delante de ella, la toma de las manos y se arrodilla.



- ¡Alberto!,- exclama, sorprendida, Gloria -. ¿Qué haces?



- ¡Ni yo mismo lo sé!,- responde, nervioso, Alberto



- Estás loco…,- Gloria ríe.



- Gloria, ya sé que llevamos juntos apenas un año, y que no nos conocemos, a pesar de que conozco todos tus gustos y tus debilidades. También sé que somos demasiado jóvenes para lo que voy a hacer ahora, pero no quiero seguir viviendo si no es a tu lado. Por eso quiero que sepas que te amo. Sí, te amo, Gloria. Y quiero que sepas que me harías el hombre más feliz del universo si me contestaras que sí.



Tras unos instantes en silencio, Gloria reacciona.



- Y, ¿cuál dices que es la pregunta?



- ¡Cómo! ¿No te la he dicho?,- Gloria ríe -. Tanta cháchara y tanta emotividad para luego olvidarme de lo más importante,- responde Alberto, cabizbajo y vencido. Gloria le levanta el rostro.



- No pasa nada, Alber. Venga, dímelo.



Alberto empezó a ponerse nervioso. Otra vez el reflejo de la luna en sus ojos…



- Gloria…

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