Alberto abrazaba fuertemente a una desconsolada Fátima, conquistada por la tristeza e invadida por cientos de lágrimas que nacían de sus apenados ojos. La camisa se le pegaba al pecho por la humedad del rostro de ella. Pero Alberto no prestaba atención a nada de esto. Estaba sumido en sus pensamientos.
- ¿Debo o no debo?,- se preguntaba mentalmente a sí mismo -. Por culpa de mi ambigua conversación con Gloria, todas creen que el amante de Ángel es Dani, cuando en realidad… Debería contárselo y así hacerlas ver que se equivocan, pero, por otro lado, a Gloria la haría pedazos. ¿Debo o no debo contarlo?
- Perdona…,- el murmullo de su amiga le hace volver a la realidad -. Te he dejado la camisa perdida…,- le limpia el rostro con sus manos. No levanta la vista del suelo -. Será mejor que me vaya ya, no quiero molestaros. Y tampoco quiero que Ángel me vea…
- Fátima,- Alberto la retiene -. A mí no me molestas. ¿No quieres quedarte un rato más?
- Alberto… yo…,- Fátima trata de escapar, pero es inútil.
- Procuraremos que Ángel no sepa de ti, pero, a cambio, quiero que hables conmigo. Suéltalo todo. Necesitas hablarlo con alguien. No te lo puedes quedar dentro.
- Ya lo hablé con Gloria y Tamara en su momento…
- Pero, ¿y lo que acabas de descubrir por ti misma?
Fátima logra alzar la mirada. Se encuentra con los cafeínos ojos de Alberto. No sabía por qué, pero empezó a sentirse mejor. Ahora comprendía por qué Gloria se enamoró de él.
- ¿Quieres que vayamos a un sitio más apartado para hablar?
Fátima niega con la cabeza.
- Estoy bien, Alber. Tan sólo que no me hacía a la idea de algo que todos imaginamos muchas veces, pero que sabíamos que era mentira. Qué equivocados estábamos.
- ¿Cómo?
- Dani y Ángel…,- Alberto creyó ver encenderse las mejillas de Fátima al tiempo que las lágrimas se transformaron en una tímida sonrisa.
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